El cántaro roto

La relación existente entre el agua y el cambio climático es evidente; y los efectos se hacen notar en la reducción en la disponibilidad del líquido, el aumento del nivel del mar y las cada vez más numerosas y extensas sequías, por señalar algunos. Durante las últimas dos décadas, la frecuencia y la duración de las sequías aumentaron en aproximadamente un 29 por ciento; lo que resulta alarmante puesto que sólo el 0.5 por ciento del agua de la Tierra es agua dulce y disponible, y las alteraciones climáticas están afectando peligrosamente ese suministro. A su vez, esta preocupante escasez, unida al cambio climático y al descontrolado crecimiento demográfico, amenazan el suministro de alimentos: se requieren entre 2 mil y 5 mil litros de agua para producir lo que consume una persona diariamente.

En nuestro país, luego de casi cinco meses sin lluvias, continúan disminuyendo los niveles de los lagos Alajuela y Gatún, que suministran el agua a poco más del 50 por ciento de la población residente en las provincias de Panamá, Colón y Panamá Oeste. El estrés hídrico en el país aumenta con el paso de los años sin que exista, por parte de las instituciones pertinentes, ningún tipo de planificación ni estrategias que apunten a resolver los graves problemas de suministro. Durante los últimos meses no han faltado las manifestaciones de descontento y los cierres de calles de las masas ciudadanas a cuyas casas el agua llega, con suerte, durante un par de horas al día. Otros, con menos fortuna, pasan semanas sin ella. Entre la construcción irresponsable de barriadas sin disponibilidad del líquido, y el criminal negociado de los carros cisternas- que eternizan la crisis-, el futuro se perfila con nubarrones problemáticos. La paciencia de la ciudadanía afectada ha llegado a su término y el descontento seguirá volcándose en protestas cada vez más airadas y menos tolerante con la ineptitud oficial.

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