No son pocos los estudios y los expertos que afirman que el 70 por ciento de los recién nacidos actuales se desempeñarán en profesiones que todavía no existen; y que, además, para la próxima década, más del 45 por ciento de los empleos estará relacionado con el ámbito digital. Si hasta hace algunos pocos años la tecnología y el consiguiente proceso de digitalización reconfiguraba lenta pero profundamente el escenario global, luego de la crisis sanitaria el proceso de transformación se aceleró vertiginosamente.
La que fuera bautizada como la Cuarta Revolución Industrial por Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, ha devenido en un proceso de cambio cuyas poderosas oleadas se hacen sentir en todos los rincones del planeta. La ciencia y la tecnología son las nuevas herramientas que aumentan las probabilidades de éxito al afrontar cuestiones vitales como el cambio climático y el reemplazo de los combustibles fósiles. Nuevos dominios como la ciencia de datos, la computación cuántica, el metaverso, la inteligencia artificial, la realidad aumentada, las redes neuronales… emergen en medio de esta revolución transformadora ampliando desmesuradamente el horizonte humano.
Urge en este escenario adecuar la educación que se le brinda a los jóvenes estudiantes, sobre todo aquella relacionado al sector STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), que desarrolla las habilidades y proporciona las herramientas esenciales para resolver problemas, tales como el razonamiento lógico, el análisis de datos, las capacidades estadísticas, entre otros. En estos momentos, en el sistema educativo nacional es un imperativo la actualización; llevar los procesos y los contenidos a un escenario propio del siglo XXI, con la mira puesta en brindar a los estudiantes una formación de primer orden y acorde con los tiempos que corren: de constantes cambios y transformaciones.