Recordando a Newton

Si algo resulta notorio durante las últimas décadas, es la ausencia de un sentimiento que logre integrar los anhelos y voluntades nacionales en torno a un propósito común. Anteriormente ese objetivo estuvo encarnado en el afán de liquidar el ominoso enclave colonial establecido desde inicios de la república, que desembocó en la gesta del 9 de enero de 1964 y, luego, en la firma de los Tratados Torrijos-Carter en septiembre de 1977. Dos puntos de inflexión que, con el paso de los años, perdieron fuerza luego que el país recuperara el Canal y los territorios aledaños.

Desde entonces, treinta y tres años han transcurrido luego de la reinstauración de la democracia. Tiempo durante el cual las expectativas ciudadanas posaron sobre los hombros políticos la responsabilidad de generar una nueva visión que uniera a la nación y señalara el rumbo a seguir para la construcción de un mejor país. Pero, la dirigencia partidaria solamente ha aportado a la desilusión generalizada. Incapaces de generar ideas que trasciendan el día a día, estos “seudo líderes” se mantienen inmersos en el populismo ramplón, y en los dimes y diretes insustanciales donde el debate de propuestas de gobierno es reemplazado por intercambios de monturas equinas, andaderas y cuellos ortopédicos. Mientras otros permanecen en el estribillo demagógico de la lucha contra la corrupción, no faltan tampoco los “líderes” de los partidos pequeños, concebidos para parasitar por medio de una afortunada alianza con alguno de los partidos establecidos y con posibilidades de triunfar.

“Si he llegado tan lejos, fue porque me subí sobre los hombros de gigantes”, escribió alguna vez el célebre Isaac Newton. ¡Triste destino el que aguarda a esta nación cuyos dirigentes están lejos de alcanzar la estatura de los titanes mencionados por el científico inglés!

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