En una encuesta realizada con la colaboración de IDEA Internacional a mil 300 adolescentes y jóvenes argentinos a principios del 2022, quedó establecido que más del 50 por ciento de los jóvenes no se siente identificado con los partidos políticos; mientras que 6 de cada 10 quisiera que las instancias parlamentarias debatieran los temas de su interés. Extrapolando esos resultados al resto del escenario latinoamericano, los resultados variarían muy poco. En Panamá, según datos del 2020 del Latinobarómetro, el grupo de quienes muestran algún grado de satisfacción con la democracia no supera el 23.6 por ciento, mientras que los insatisfechos alcanzan el 72.4 por ciento. Y en lo que se refiere a la confianza hacia los partidos políticos, el 55 por ciento de los entrevistados no les profesa ninguna.
La desconexión de las dirigencias políticas con los electores, no ha hecho sino agudizarse durante la última década; y, a través de la crisis sanitaria y el subsiguiente trance económico y laboral, ha remontado hasta alcanzar niveles inimaginables. Las aspiraciones colectivas no figuran entre los temas urgentes de las agendas partidarias: han dejado de coincidir con los objetivos hacia los que apuntan las acciones de quienes manejan los hilos de esas agrupaciones. Los intereses y las ambiciones personalistas, junto a la grave erosión institucional, continúan alimentando el descalabro de la representación democrática.
Que cualquier partido del patio exima a ciertas figuras en el poder de acudir a unas elecciones primarias que confirmen su liderazgo, no sólo es coartar las aspiraciones del “relevo generacional”: semejante anacronismo agrega leña al fuego de la insatisfacción y de la desconfianza que hoy tienen en jaque a la democracia criolla.