Durante los últimos tres años, la infodemia tomó ribetes alarmantes. Y el término no sólo hace alusión a la multiplicación descomunal de la información, sino también a “la viralización, intencional o no, de contenido especulativo no verificado, que afecta la noción y el juicio de la opinión pública”, según anota Javier Murillo, el fundador de Metrics, la empresa de comunicaciones y creación de tecnologías.
Con la masificación de los teléfonos móviles, de la internet y las redes sociales, se ha establecido un escenario donde se produce e intercambia cantidades inimaginables de información que alcanzan a miles de millones de personas. Un gran porcentaje de la misma resulta falsa, con los graves riesgos que ello implica. Porque en una democracia, el valor de las decisiones que se toman descansa en la calidad de la información que las sustentan, por lo que el acceso a los datos correctos en el momento oportuno, resultan determinantes para un exitoso funcionamiento.
Y en una campaña electoral, con una clase política que ha demostrado con creces su incapacidad para las ideas y para generar propuestas de gobierno, no se puede sino esperar la manipulación de la información para generar el escenario que resulte más propicio a sus ambiciones electoreras. No faltarán las encuestas convenientemente presentadas a favor de algunos y en contra de los adversarios. La infodemia electoral, sin duda alguna, ya es parte de esta campaña que recién comienza. Y al calor de la misma la desinformación no hará sino multiplicarse y crecer. La deuda cívica pendiente es dotar a la ciudadanía- sobre todo a la que acudirá a las urnas- con las herramientas que se precisan para identificar y separar, con oportuno criterio, la información falsa de la verdadera.