En su obra Una vida con propósito, Rick Warren enuncia las cinco necesidades básicas en la existencia de cualquier persona. La primera y más destacada es “un propósito para vivir”. Claramente definido, el propósito mantiene al ser humano enfocado, lo que infunde sentido a cada decisión y acción tomada. Al sostener una meta prioritaria a la cual dirigirse, resulta más fácil identificar y evitar las distracciones a lo largo del camino. Y así como una lupa concentra los rayos solares en un punto hasta concretar una llama, un objetivo claramente identificado concentra las energías hasta materializar los planes y objetivos establecidos.
El enunciado funciona de la misma manera para una comunidad o país. Establecer una meta, o un grupo de ellas, señala el rumbo hacia el cual dirigir los esfuerzos, evitando las distracciones y concentrando la atención en las decisiones y las acciones en verdad valiosas para construir mejores escenarios nacionales. No hay progreso posible si antes no se establecen las metas que permitan identificar las actividades que importa llevar a cabo, aquellas que son valiosas para configurar un futuro más prometedor.
Durante mucho tiempo, el país ha dejado esta tarea en manos de los políticos, esperando la aparición de ese líder mesiánico que señale el país que se debe soñar y el rumbo a seguir para concretarlo. Sin embargo, después de tantos años, la experiencia ha dejado en evidencia la incapacidad de la política criolla para generar los objetivos que la nación necesita para su avance. La construcción del país que supere al presente, queda en manos de la ciudadanía: no hay mejor opción. Corresponde a cada panameño sacudirse la indiferencia y ponerse manos a la obra para contribuir con sus capacidades y talentos a construir el Panamá que merecen las presentes y futuras generaciones.