La feria bolsillera
Expresar que el tiempo es la madeja de hilo con la que se teje la vida, es llover sobre mojado; sin embargo, las verdades evidentes requieren de recordatorios continuos en los momentos en que la realidad se estanca, deja de moverse y pierde vitalidad. Y nunca como hoy, en medio de la terrible pandemia que ha puesto de rodillas al mundo, resulta más urgente insistir en esas verdades de Perogrullo.
Al igual que los individuos, las naciones se proyectan en tres niveles temporales: el corto, el mediano y el largo plazo. Para el ser humano, el corto plazo es lo urgente, aquello ubicado dentro del plazo de los doce meses. El mediano plazo, por su parte, es toda la realidad contenida dentro del espacio de los cinco años. Y, finalmente, el largo plazo se ubica a partir de los 10 años; comprende todo lo potencialmente posible más allá de esa frontera.
En la vida de las naciones estos espacios de tiempo son muchos más amplios, porque sus períodos de existencia suelen superar con creces la de sus ciudadanos. Y al igual que quienes lo habitan, un país tiene asuntos urgentes que requieren de atención y respuestas instantáneas, crisis que reclaman soluciones inmediatas y que roban el sueño de la ciudadanía. Pero, cualquier pueblo atrapado en las urgencias del cortoplacismo e incapaz de tender la mirada hacia el largo plazo, hacia la visión del país que se quiere construir en los próximos 25, 50 o 100 años, está condenado al naufragio, a repetirse una y otra vez en una vida limitada e incapaz de desplegar todo su potencial; excluido de los beneficios de un desarrollo integral.
He ahí, entonces, la importancia fundamental de la visión, de los planes de gobierno efectivos- no meramente decorativos- y de los ideales. Una visión es un grupo de esos ideales que inyectan un propósito en la vida nacional; le marca un norte, una trayectoria a seguir para superar sus limitantes y alcanzar mejores y más elevados niveles de desarrollo en todos los órdenes de la vida: una mayor prosperidad, una más firme institucionalidad y una mejor ciudadanía. Sin eso no hay futuro posible y ese es el papel de los estadistas: lograr encender las voluntades y unirlas en la construcción de esa visión; la política, simple y llana, es incapaz de semejante logro…No hablemos ya de la politiquería que ahoga la nación y la escandaliza con sus grotescos espectáculos de feria vulgar y bolsillera.