Con muy pocas variantes, la historia siempre resulta la misma: una campaña electoral cargada de todo tipo de promesas, la cita nacional en las urnas y, luego, una nueva administración gubernamental que, al cabo de pocos meses, resulta semejante a todas las anteriores en su incapacidad de proyectarse más allá de los cinco años del período presidencial. Esta incapacidad, sumada a la creciente y arraigada corrupción, constituyen el telón de fondo que ha marcado la historia nacional reciente, donde ha destacado el quiebre de las instituciones que sostienen a la democracia.
Nuestro país no puede continuar repitiendo hasta el cansancio este pernicioso camino. Cada vez se hace más evidente la urgencia de formular planes a largo plazo, que no dependan de los gobiernos de turno, y cuyas metas superen el cortoplacismo al cual resulta tan aficionada la politiquería reinante durante las últimas décadas.
Se requiere de cambios profundos en las estructuras productivas, políticas y educativas sobre las que se sostiene la vida del país. Y solo con una fuerte colaboración entre los sectores civiles, empresariales y públicos será posible llevar a efecto esta tarea. Estos cambios y la colaboración necesaria únicamente serán posibles mediante un gran consenso nacional: solamente superando las diferencias y trabajando unidos en algunas ideas y metas en común, lograremos repetir las transformaciones sociales y los milagros económicos que ya se han dado en otras latitudes. ¡Aprendamos la lección!