El país se encuentra casi en la línea de partida de las próximas elecciones generales; aunque varios personajes están en campaña desde hace mucho tiempo ya, entre ellos algunos que, a pesar de haber ganado el pasado torneo electoral, parecen ignorarlo y siguen actuando como candidatos en vez de asumir sus responsabilidades como gobernantes.
Casi dieciocho meses median para que la ciudadanía acuda a la próxima cita ante las urnas, y no son pocos los candidatos que se concentran en entonar sus cantos de sirena con los cuales echarse al bolsillo el voto de los electores. Y aunque existen evidentes diferencias en los tonos y el volumen de esos cantos, en lo primordial resultan todos iguales. Mientras en el corazón mismo de la administración gubernamental ya hay un supuesto ungido con la ventaja de tener a mano todos los recursos estatales; por los rumbos de una “oposición” tan inútil como invisible está en camino quien insiste para llegar al Palacio: luego de varios años de aspiraciones anunció recientemente la integración de un comité partidario para armar un plan de gobierno. ¡A estas alturas ni siquiera cuenta con una propuesta del país que necesitan los panameños!
Otro, que busca repetir en la silla, sumido en la trama de problemas y urgencias legales y más dado al populismo, igualmente ha mostrado carecer de un proyecto nacional- que involucre y beneficie a todos-. Y el resto de candidatos adolece de la misma cojera: ninguno ha superado las herramientas acostumbradas en la politiquería tradicional: promesas y demagogia a granel.
Mal porvenir se le augura a una nación donde quienes aspiran a ocupar la cabecera de gobierno carecen de un coherente y sólido proyecto de país, y donde los electores conceden su voto irresponsablemente a quienes no consideran primordial sumarlos para llevar a cabo y ejecutar con relativo éxito la construcción de un futuro donde todos puedan desarrollarse a plenitud.