La ley del embudo.

Nada mejor que un buen diccionario para aclarar conceptos que retratan la realidad. Como el de la Real Academia Española, que define el cinismo como “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”; y el descaro, por su parte, como “desvergüenza, atrevimiento, insolencia, falta de respeto”.

Ambas palabras explican la vida política del último medio siglo en nuestra nación; vertebrada aquella- la vida política- en torno a la desvergüenza, que alcanza en el presente dimensiones tan impresionantes que no faltan, sino que sobran, los personajes a los que no les tiembla la voz al momento de defender la maraña de ilimitados privilegios que se ha tejido alrededor de los puestos públicos y que intentan justificar el parasitismo político que ahoga las finanzas del Estado y cualquier posibilidad de lograr una democracia efectiva, centrada en el bienestar de todos y no solo el de unos pocos afortunados.

Existen silencios que salvan del escarnio público…y palabras que develan la miseria moral que muchos llevan a cuestas y que no les permite entender que denigrante es chantajear y obtener prebendas a cambio de aprobar presupuestos; que denigrante es dilapidar recursos sin importar el hambre de grandes sectores ciudadanos; que denigrante es endeudar al país para sufragar sus privilegios mientras la mayoría de los panameños enfrentan el desempleo, la falta o la mediocridad de los servicios básicos como salud, educación y de infraestructuras públicas.

En fin. Denigrante es que el país esté en manos de semejante colección de incompetentes cuyas únicas habilidades son el parasitismo y la política barata.

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