Pretender silenciar el descontento manifestado por los más diversos grupos a lo largo del país, es tan absurdo como esperar apagar el fuego rociándole con gasolina. Es demasiada la carga de frustración y desencanto acumulada durante las últimas décadas. Porque, seamos claros, la repetitiva indiferencia ante las necesidades populares y la criminal incapacidad para brindar soluciones efectivas a problemas que son básicos, han caracterizado a las distintas administraciones gubernamentales de las últimas tres décadas. Y la presente, en sus tres años de ejercicio, hizo lo que se precisaba para constituirse en la gota que derramara el vaso.
Era cuestión de tiempo que la insatisfacción general se desbordara tomándose el escenario público tal como ocurre en estos momentos. Porque, “tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe”, reza la sabiduría popular. Pero, las señales apuntan a que en las altas esferas gubernamentales no prestan atención a ningún refranero ni a la experiencia destilada en ellos a través del tiempo. Lo que, además de imprudente, resulta extremadamente peligroso en una nación con los ánimos caldeados.
Aún restan dos años de mandato: tiempo suficiente para reconfigurar el rumbo y llevar a cabo las correcciones que sean necesarias en beneficio del país. La represión y la sordera reinantes no son la opción apropiada para superar las diferencias y comenzar la construcción de los acuerdos que favorezcan la estabilidad social. Superar el amenazante escenario presente exige un real interés por los problemas que aquejan a la ciudadanía; y la firme voluntad de alcanzar soluciones y consensos.