La permanente tragedia de Latinoamérica radica en esa manía perversa de quienes gobiernan de reducir la educación a un simple eslogan. Porque, como muy certeramente lo señala Andrés Oppenheimer en su obra ¡Basta de historias!, “la mejora de la calidad educativa difícilmente saldrá de los gobiernos: los políticos siempre van a preferir construir obras públicas, que puedan estar a la vista de todos antes de las próximas elecciones, a invertir en mejoras educativas, que no producen resultados visibles sino hasta dentro de cinco, 10 o 20 años”.
Con la pandemia clavándole el diente al mundo en marzo de 2020, y el inmediato cierre de centros educativos, los estudiantes panameños dependientes del sistema público de educación fueron lanzados a la trágica odisea de casi 24 meses fuera de las aulas. Por si no bastara con la cadena de secuelas negativas que ya castigan y amenazan el porvenir de todos esos jóvenes, según el estudio Niñez fuera de la escuela y en riesgo de exclusión educativa en Panamá, cerca de 100 mil 700 niños y adolescentes de entre 5 y 20 años de edad permanecen fuera de los centros escolares. Otros 192 mil 400, además, enfrentan la potencial amenaza de quedar excluidos. De concretarse esto último, un total de 293 mil 100 jóvenes quedarían marginados de la educación con las devastadoras consecuencias que eso implicaría para el futuro de los mismos.
Pero, cuando a estas piezas del alarmante rompecabezas se unen otras relacionadas, la tragedia adquiere dimensiones espeluznantes; porque- hasta hace un par de años- la cifra de aquellos jóvenes de entre 15 y 25 años que ni estudian ni trabajan- los “Ninis”- se ubicaba en los 140 mil aproximadamente. Sumados al total de estudiantes marginados o en potencial peligro de marginación, son alrededor de 430 mil los jóvenes que se mantienen lejos de las promesas que brinda la educación de hacer posible un mejor porvenir.
Quinquenio tras quinquenio, campaña tras campaña, la nación es ahogada por copiosos aguaceros de eslóganes y consignas, cada cual más pegajoso y brillante que los precedentes. Pero, después de cada chaparrón provocado por las nubes del márketing político, vuelve a surgir la tierra reseca e infértil de los permanentes problemas nacionales sin resolver. Y la educación es uno de esos. Muy poco le duró la estrella antes de hundirse nuevamente en las oscuras cavernas del olvido y la indiferencia de quienes- parafraseando a Oppenheimer- prefieren las obras visibles de inmediato antes que invertir en aquellas que producen resultados cinco, 10 o 20 años después.