Bordeando el precipicio

Con mucha frecuencia una planta que nació saludable y lozana, a causa de malos cuidados o por mala nutrición, termina podrida hasta la raíz. Ese es el aciago destino al que ha arribado el fuero penal electoral, un instrumento que, en sus orígenes, apuntaba a ser un contrapeso para evitar las persecuciones de los adversarios políticos en el poder. Más que un privilegio, pretendía funcionar como un reaseguro del parlamento y del poder ejecutivo para funcionar libre de las presiones de los otros poderes y también de grupos particulares que podrían ejercer presión mediante denuncias penales. Nacido en las entrañas de la monarquía constitucional y asumido luego por la democracia liberal, intentaba garantizar el libre ejercicio de las opiniones políticas sin amenazas de juicios posteriores.

Muy prolífico en los parajes de Latinoamérica, el fuero penal, sin embargo, ha degenerado en una patente de corso para situarse por encima de la ley y protegerse de las responsabilidades derivadas de conductas no atenidas a lo legal. Es una llave utilizada, sobre todo por políticos, para acceder a la impunidad.

Esta percepción es compartida por la Cámara de Comercio, Industrias y Agricultura de Panamá que, en su último pronunciamiento, asevera que “esta figura se ha deformado al punto de convertirse en una coraza de impunidad tras la cual se escudan políticos y delincuentes involucrados en casos de alto perfil”. Invocando los artículos 19 y 20 de la Constitución Política de la República de Panamá que reza que “no habrá fueros ni privilegios por razón de raza, nacimiento, discapacidad, clase social, sexo, religión o ideas políticas” el uno, y que “los panameños y extranjeros son iguales ante la ley”, el otro; la Cámara se une al resto de las voces nacionales que solicitan la eliminación de tal privilegio.

El hastío provocado por los desafueros y desmanes de una casta política oportunista e incapaz de trascender sus apetitos particulares y de sintonizar efectivamente con las expectativas ciudadanas, ha empujado a la nación hasta el borde del barranco. El momento ha llegado de desarticular la estructura sobre la cual han lucrado unos pocos “privilegiados” a costa del bienestar general. Las cartas están echadas.

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