Las luces ajenas

A juicio de Voltaire, las personas inteligentes aprenden de la experiencia de los demás. Dicha aseveración no sólo aplica en lo personal: también resulta oportuna en el ámbito empresarial y en los escenarios nacionales. Una nación puede aprender de la experiencia de cualquier otra tomándola de modelo e inspiración y adaptándola a las circunstancias propias para lograr los niveles de desarrollo que se desean alcanzar.

El llamado “milagro irlandés” es uno de esos casos que destaca entre otros muchos. Luego de independizarse del Reino Unido en 1922, Irlanda fue de tumbo en tumbo convirtiéndose en un país poco productivo, ineficiente y extremadamente pobre; el proteccionismo, la estatización y la creación de monopolios la hundió en la miseria y en una migración descomunal, al punto que, de cada cinco estudiantes, uno quería abandonar el país para buscar oportunidades en otros lares. Los 29 años de conflicto armado que llevó a rastras tampoco fueron de mucha ayuda en la búsqueda de un futuro más optimista.

En 1957 el país decide cambiar el modelo económico y reduce las barreras al comercio, disminuye los impuestos a las empresas y se esfuerza en generar un clima de seguridad jurídica. Al unirse en 1973 a la Comunidad Económica Europea, deciden apostarle fuertemente al libre mercado y aunque las cosas no resultaron como esperaban – el desempleo aumentó considerablemente- las cartas estaban echadas para la creación y ejecución de una visión nacional.

En 1987 el desempleo alcanzaba el 17 por ciento. Ese mismo año el nuevo presidente electo inicia la aplicación de una serie de nuevas medidas, entre ellas disminuye el gasto público, flexibiliza el mercado laboral, elimina las regulaciones a la competencia y reduce aún más los impuestos. Estas medidas, mantenidas estrictamente a lo largo de estos años, convirtieron a Irlanda en la sede de una gran cantidad de multinacionales tecnológicas y farmacéuticas, además de compañías dedicadas al alquiler de aviones. También provocaron que el PIB per cápita diera el salto de 8 mil 146 euros en ese año hasta los 74 mil 870 euros en 2020.

Como todo proceso, el irlandés está compuesto de luces y sombras; sin embargo, deja una lección que por evidente resulta definitiva: para alcanzar mejores niveles de desarrollo y prosperidad se precisa de una visión nacional materializada en un plan con estrategias detalladas que nos lleven donde queremos estar. Un mejor futuro no es producto de la casualidad, sino de un esfuerzo nacional inteligente, coordinado y sostenido en el tiempo. Irlanda lo hizo: por lo que, aplicando lo dicho por Voltaire, aprendamos de esa experiencia ajena.

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