Que el periodismo anda de capa caída, de eso no cabe la menor duda. Y lo está a causa de múltiples razones, entre ellas la que se resume en una frase demoledora que no es de uso común en la profesión como lo es en la medicina: la mala praxis, la negligencia- demasiado generalizada- con la que se llevan a cabo las tareas correspondientes a la profesión. Y la otra, también fundamental, la politización instaurada en el ejercicio de informar.
Intereses e intenciones poderosas impulsan la puesta en circulación de informaciones moldeadas más por los intereses de camarillas que por las reglas básicas que deben marcar el norte de cualquier proceso de comunicación estrictamente profesional. La editorialización de las noticias, el desdibujamiento de las fronteras que separan la opinión del hecho informativo, ha empujado al periodismo, otrora veraz y respetado, a una situación donde lo único cierto es que su credibilidad resulta demasiado frágil.
El periodismo es imprescindible para llevar a cabo el registro histórico cotidiano de la sociedad en la que se desempeña. A la necesidad del público de saber lo que pasa a su alrededor, el periodismo- en teoría- está obligado a responder investigando, recolectando la información más relevante, contextualizándola y contrastándola con distintas fuentes y hechos para culminar elaborando una imagen lo más exacta posible del entorno de la comunidad a la que sirve. Todo ello tomando como norte el primer mandato señalado en la ya olvidada Carta de Múnich, promulgada el 24 de noviembre de 1971: “Respetar la verdad, cualquiera que sean las consecuencias, en razón del derecho del público de estar informado”. Contrario a ello camina a contravía, impulsado por intereses e intenciones oscuras que, las más de las veces, sirven a los propósitos de los grupos a los que tendría que vigilar para ejercer el contrapeso que le asignan los deberes éticos. Olvidando que la información elaborada bajo estrictos parámetros periodísticos termina convertida en conocimiento; y que ese conocimiento es el soporte de la libertad. Sin conocer lo que sucede a su alrededor, ninguna comunidad puede ser libre, porque el desconocimiento de su realidad la hace fácilmente manipulable y facilita que personas o grupos interesados impongan sus egoístas propósitos echando a un lado los intereses mayoritarios y el bienestar general.
Sin duda alguna, el periodismo ha dejado de ser ese “perro guardián” que cuida de la sociedad y la mantiene alerta ante todo aquello que podría comprometer su integridad y su desarrollo. Aún estamos a tiempo de revertir el proceso degenerativo y retomar el camino que los principios y la ética destacan. No hacerlo atenta contra la profesión y contra la sociedad a la que estamos obligados a servir.