Lo que ocurre en Perú, con su carga de ironía, simboliza con terrible exactitud la situación en el resto de Latinoamérica. La nación sureña cumple hoy ocho días sin ministro de educación luego que el Congreso aprobara una moción de censura contra Carlos Gallardo, por la filtración del examen nacional para el nombramiento de profesores, entre otros señalamientos. Gallardo es el segundo ministro que ha pasado por la cartera de educación durante los cinco meses de gestión del presidente Pedro Castillo, quien parece no tener prisa en nombrar a quien tome las riendas en ese importante renglón de la vida nacional. Muy al contrario, se lo ha tomado con calma dedicando tiempo a otras actividades, al parecer, muchos más urgentes para su gestión, como pasar la Navidad en la región andina de Cajamarca de la cual proviene, visitar las instalaciones de Petroperú y, el martes, llevar a cabo una reunión con líderes políticos.
Para alguien que ejerció como profesor de una escuela rural, que fundó la Federación Nacional de Trabajadores de la Educación del Perú y que alcanzó la presidencia con abundantes promesas de inversión y de mejoramientos de la calidad educativa, uno de los puntos fundamentales de su administración– al menos esas eran las expectativas- debería ser la educación.
Pero, no; como en el resto de Latinoamérica, la realidad y las expectativas nunca caminan tomadas de la mano. Luego de casi dos años sumidos en la pandemia, agobiados por un terrible contexto económico y laboral, los desafíos son muchos y los retos se agrandan monumentalmente ante el acoso de la incertidumbre y el cambio radical de los escenarios nacionales impuestos por el paso del coronavirus. La educación, como era llevada en los centros educativos del área, ya resultaba desfasada antes de la crisis sanitaria: veintiún meses después no hay dudas que sus modelos y prácticas resultan obsoletos en una nueva realidad donde ganan terrenos los paradigmas tecnológicos, el aprendizaje online y las nuevas modalidades del proceso de enseñanza y aprendizaje. En el nuevo ecosistema, la presencialidad debe ir complementada por estas nuevas posibilidades educativas.
La desidia del presidente peruano no es de su exclusividad: es la misma que demuestra la mayoría de los gobernantes del subcontinente; para ellos hay asuntos más urgentes que capacitar a las generaciones jóvenes y propinarles las herramientas intelectuales y educativas que los convierta- parodiando las palabras del poeta- en arquitectos de su propio destino. La educación no es la estrella que guía a quienes gobiernan en la región.