Tres semanas después de la caída de Kabul, varios funcionarios y militares cuentan la debacle, un cóctel de fallas al más alto nivel, de propaganda talibán y de una retirada estadounidense que dejó al descubierto las debilidades del ejército afgano.
«Dos días después de la caída de Kabul, el presidente [Ashraf] Ghani recibió a sus dos vicepresidentes, al ministro de Defensa y al de Interior, al director de Inteligencia y al jefe del Consejo de Seguridad Nacional para una reunión de emergencia», cuenta uno de ellos, Emal.
Como el resto de personas entrevistadas por la AFP para este artículo, Emal utiliza un pseudónimo, para evitar que su familia, en Afganistán, sea represaliada.
«Durante esa reunión, se desbloquearon 100 millones de dólares para asegurar la capital. Se dijo que teníamos suficientes armas, municiones y recursos financieros para que Kabul aguantara durante dos años», agregó. «Pero no protegieron la ciudad ni siquiera dos días».
Un error que, aunque pueda parecer asombroso, a Emal, que se movía en las altas esferas del Estado, le parece incluso lógico.
– Ministros que mienten –
«Los ministros mentían a Ashraf Ghani, le decían que todo iba bien, para mantener su trabajo y sus privilegios. No priorizamos las cosas correctamente. Mientras que las ciudades iban cayendo una tras otra, el Consejo Nacional de Seguridad se reunía para hablar de reclutamiento y de reformas institucionales», explicó.
La caída de Kabul llegó tras dos semanas de avance constante de los talibanes por todo el país.
«Cuando empezó el hundimiento, desde los primeros puestos de avanzadilla militares, ninguno de los líderes demostró autoridad», comentó por su parte Omar, de 40 años y autor de brillantes estudios en el extranjero. «Ninguno compareció ante los medios para tranquilizar a sus hombres. Ninguno fue sobre el terreno», agregó.
Mientras, Ashraf Ghani, quizá a causa de la información falsa que le iban dando, tomó unas decisiones estratégicas equivocadas que tuvieron fuertes consecuencias.
«Yo propuse que abandonáramos las provincias del sur, que no éramos capaces de defender de forma sostenible, y que nos concentráramos en las del norte», contó Omar. «Pero el presidente no estaba de acuerdo […] Decía que no debíamos retirarnos de ningún sitio».
– Corrupción del ejército afgano –
Pero al ejército afgano, corroído por dos décadas de corrupción, le fue imposible mantener sus posiciones.
Desde hacía mucho tiempo, numerosos soldados y policías entrevistados por la AFP se quejaban de que no les estaban pagando el sueldo, mientras que otros oficiales, corruptos, se repartían la paga de decenas de miles de efectivos «fantasma», cuyos perfiles se habían creado únicamente con ese fin.
El SIGAR -el inspector general especial de Estados Unidos para la reconstrucción de Afganistán- también informó que se estaba desviando gasolina y municiones pagadas por Washington.
La situación empeoró aún más tras la firma del acuerdo de Doha en febrero de 2020, que estableció la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán a cambio de unas promesas vagas de los talibanes.
Ese pacto «nos condenó», lamentó el general Sami Sadat, que dirigió a las fuerzas especiales en Kabul en los días previos a la caída de la capital.
Sin el apoyo aéreo de Estados Unidos y con su propia aviación en tierra por problemas de mantenimiento, las fuerzas afganas perdieron su última ventaja estratégica frente a los islamistas.
– Aviones estadounidenses, meros «espectadores» –
«Los talibanes […] se olían la victoria. Antes del acuerdo, los talibanes no habían ganado ninguna batalla importante contra el ejército afgano. ¿Y después del acuerdo? Perdíamos decenas de soldados cada día», señaló el general Sadat en una tribuna publicada en el New York Times.
«Nos metimos en unos intensos combates terrestres contra los talibanes mientras los caza estadounidenses daban vueltas por encima de nuestras cabezas, como verdaderos espectadores», denunció. «Nos traicionaron».
Abdul, por su parte, admitió a la AFP que sentía «vergüenza» por los más altos mandos militares afganos, a quienes, junto con el gobierno, culpa de la derrota.
«Cuando los talibanes llegaron a las puertas de Kabul, los soldados sabían que el presidente se estaba yendo. Y por eso no lucharon. El ministro de Defensa y el jefe del ejército del aire dijeron en televisión que estaban dispuestos a continuar la guerra. Pero dos horas después, los talibanes llegaban al corazón de Kabul sin luchar. Su avión debía de estar ya listo en el aeropuerto», dijo, molesto, este militar de alto rango.
– La jerarquía del ejército afgano –
Así, la jerarquía del aparato de seguridad se fue desvaneciendo. «Un comandante de guarnición de Kabul, con 300 hombres a sus órdenes, no paraba de preguntarme: ‘¿Qué hago? ¿Luchamos? ¿Deponemos las armas?’ Cuando llamaba a sus superiores, estos le respondían que esto dependía ‘de su iniciativa'», recordó Abdul, desilusionado.
En la debacle, también influyó l efectiva campaña de comunicación de los talibanes.
«La guerra de las redes sociales la habíamos perdido hacía tiempo», declaró en este sentido Emal. «Ellos les decían a los soldados que estaban combatiendo inútilmente porque, al más alto nivel, ya se había firmado un acuerdo».
Además, los islamistas prometían amnistiar a quienes entregaran las armas.
«Hay que meterse en la piel de un soldado. Sabes que tu gobierno central no puede ayudarte, que si luchas, puedes morir pero no ganar. ¿Qué eliges?», planteó Omar.
El 15 de agosto de 2021, todos los ingredientes del cataclismo se conjugaron y Kabul cayó sin que prácticamente se escucharan disparos.
AFP