Estamos esta semana, en La Historia Habla, repasando la historia de la Ferias del Libro, este evento que, en Panamá, año tras año nos rodea de escritores, literatura y mundos por descubrir.
Habíamos leído, en la entrega anterior, cómo el desarrollo del comercio impulsó el comercio de los libros. Aunque en un principio los libros se escribían y se copiaban a mano, ya los romanos en el 400 a. C. utilizaban moldes de arcilla para hacer reproducciones y los chinos en el siglo XI utilizaban piezas de porcelana para el mismo cometido. En la Baja Edad Media, para imprimir se utilizaba el método de la xilografía en el cual, el artesano debe grabar las palabras o dibujos sobre una tabla de madera para entintarlos y presionarlos sobre el material elegido. Era un trabajo laborioso y si algún trozo de la madera se dañaba o debía cambiarse algo del contenido, había que volver a grabar el molde completo. Gutenberg, que fue herrero y orfebre, lo que concibió fue la técnica de fundir en metal cada una de las letras del alfabeto por separado, e idear un sistema para ponerlas juntas componiendo las palabras y sujetarlas. Así se podían componer más rápido las páginas y se reutilizaban los moldes para componer otras páginas. Este invento, la imprenta, disparó la industria editorial.
A partir de fines del siglo XV el invento se extendió como la pólvora, y pronto Italia se posicionó por delante de Alemania en la actividad editorial y Francia e Inglaterra dependían de las ediciones italianas. La imprenta llegó a España entre 1465-1470 desde Italia, aunque los primeros impresores fueron alemanes. Valencia y Segovia pronto se convierten en focos de distribución editorial.
Los comerciantes y los burgueses comenzaron a demandar cada vez más los libros que pronto se convirtieron en objeto de comercio y exportación.
En los siglos XV y XVI era tan elevada la actividad de las imprentas que la industria del papel no se daba abasto para cumplir con la demanda. El papel, que había sido inventado en China en el siglo II a.C., llegó a España llegó de mano de los árabes en el siglo X y ya en el año 1056 había un molino papelero en Xàtiva y pronto su uso se extendió por Italia y Francia.
España no dejó a sus territorios de ultramar fuera de la influencia de este adelanto, en México, en fechas tan tempranas como el año 1539, Fray Juan de Zumárraga estableció un molino de papel y una imprenta después de que la Corona le diera permiso para establecerlas con la ayuda de un impresor sevillano. En Perú la primera imprenta se localizó en Lima, en 1584. Las primeras impresiones hechas en el Nuevo Mundo fueron abecedarios, obras religiosas y tratados jurídicos. Y en cuanto al comercio de libros, daremos un ejemplo, estaba fresca todavía la tinta de la primera impresión del Quijote, en 1605, cuando salían para América cientos de ejemplares de la novela. Doscientos sesenta y dos se embarcaron en el galeón Espíritu Santo hacia México. Y a Lima se mandaron desde Alcalá sesenta bultos con libros, a bordo del Nuestra Señora del Rosario, pasando por Cartagena y Portobelo: según las crónicas, en el trayecto por el istmo se perdieron varios bultos, (cosas que pasan en Panamá).
Ya en el 1763 la Comunidad de Libreros de París le encargó al enciclopedista y filósofo Denis Diderot un escrito sobre el comercio de libros. En esta carta Diderot defiende ya los derechos del autor sobre su trabajo y la necesidad de que los creadores vivan de su trabajo. Es triste pensar que aún hoy, salvo raras y honrosas excepciones, los escritores malviven teniendo que hacer malabares para poder vivir y crear sus obras al mismo tiempo.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX la moda de los concursos literarios, o ‘juegos florales’ como se dio en llamarlos, se extendió por todo el mundo hasta que en el año 1900 un grupo de editores y distribuidores crean el Centro de la Propiedad Intelectual de Barcelona y al año siguiente, en 1901, se funda en Madrid la Asociación de Librerías de España. En 1918 un grupo de intelectuales y empresarios relacionados con el sector editorial como Gustavo Gili, Mariano Viada, Rubió y Lluch, Miguel y Planas fundan la Cámara del Libro de Barcelona. Y poco después se constituye la Cámara del Libro de Madrid.
La primera Feria del Libro en Panamá empezó como un pequeño proyecto llevado adelante por la Fundación de la Biblioteca Nacional junto con los miembros de la Cámara del Libro, el entonces Instituto Nacional de Cultura y el Ministerio de Educación. Se celebró del 1 al 5 de agosto del año 2001 y en aquella edición Costa Rica fue el país invitado. Asistieron a aquella primera edición 18 autores extranjeros, entre ellos figuras de renombre como Sergio Ramírez.
Y aunque en un principio la pregunta de muchos de los primeros a los que se les solicitó patrocinio fue “¿Para qué poner dinero en un proyecto de lectura si en Panamá no se lee?”, aun así varias empresas visionarias se unieron en esta aventura. Los pronósticos más optimistas estimaban 10 mil visitantes, y el público panameño hizo callar a muchos alcanzándose la cifra de 40 mil asistentes a lo largo de los cuatro días.
La Feria del Libro de Panamá al inicio era bianual, es decir, se realizaba cada dos años, pero gracias a la fantástica acogida del público, a partir de la V edición celebrada en el año 2009 se tomó la decisión de realizarla anualmente.
A lo largo de estos años ha sido invitados países como Colombia, Chile, España y Perú, Estados Unidos, Guatemala, República Dominicana, Uruguay, Francia, el Vaticano, México o Israel.
Cuando en marzo del 2020 se decretó el confinamiento la Cámara Panameña del Libro no se rindió y la decimosexta Feria Internacional del Libro de Panamá (FIL), en plena pandemia, se llevó a cabo, por primera vez en un formato completamente virtual, ningún otro evento cultural en la región centroamericana lo había hecho, y la feria salió adelante bajo el lema ‘Leer nos acerca’.
Asistieron miles de personas de más de 40 países, como Colombia, Canadá, Venezuela, República Dominicana, islas Caimán, Estados Unidos, Reino Unido, Chile, Argentina y otros, en las diversas salas digitales que se habilitaron para la ocasión y en la plataforma digital los avatares de los visitantes realizaron compras y recorrieron los diversos puestos. Y participaron en los cientos de actividades y presentaciones con autores nacionales e internacionales.
Este año, por segundo año consecutivo, las actividades de la feria se mantienen virtuales, pero la aceptación del público se mantiene incólume, esperando otra entrega postpandemia. Mientras tanto, La Historia Habla seguirá contando historias.