La soledad de Colombia

Colombiana residente en Panamá llora durante una protesta contra el gobierno del presidente Iván Duque frente a la Embajada de Colombia en Ciudad de Panamá. 5 de mayo de 2021. Archivo/Luis Acosta/AFP

Con esto de las redes sociales no es necesario estar, las imágenes no dan espacio a la duda y las narraciones “in situ” superan a la de los académicos. Los hechos por su contundencia son irrefutables… Si una foto vale más que mil palabras, un video no tiene precio, te deja mudo. Por eso, luego del quinto me resistí a seguir viéndolos. Colombia al instante. Pero resulta que no me impresionaron las escenas, el vértigo o el estrés que es natural sentir en videos de ese tipo. Esto ya lo había visto antes. En Colombia esa “violencia” no es nueva. Esta violencia, en particular, solo venía postergándose. La Colombia del café y el roncito, la de bellas mujeres que han llegado hasta la NASA y de hombres que han dejado sus huellas en Estocolmo, esa otra Colombia hoy está sola.

El pueblo como siempre termina pagando lo que se ha roto. Esta vez la paz, la carísima paz colombiana se ha roto. Si se puede llamar paz a esa atmósfera que los cubre desde hace años. Es que esto ya lo había visto, al menos en fotos: la virulencia en las calles, el fuego, los gritos, la muerte. Violencia de asesinatos, guerras, narcos, paramilitares, guerrilleros, delincuencia, terrorismo una violencia vieja pero no cansada.

Esta vez la violencia de hoy es la respuesta a un acto de injusticia social, de iniquidad, una medida perversa. Ajuste fiscal, le llaman. El pobre lo entiende de otra manera, ¡me van a seguir robando!, y salió a defenderse del peor de los pillos. Y eso le ha costado vidas, ese es su impuesto. El pueblo sabrá de injusticias, pero nadie le ha enseñado a luchar contra ellas. Ni sus muertos. Se tira a la calle, que es el mejor escenario. El único en realidad. Es que dónde más, si no conoce otro. Cuando todas las puertas se le cierran, cuando nadie lo oye, cuando a nadie le importa, la lucha se fragua en las calles donde no hay Dios ni ley. Hoy como hace más de 70 años en Colombia como en América Latina es el mismo escenario. Nada ha cambiado.

Un joven colombiano con una camiseta que dice: «El pueblo es superior a sus líderes», sostiene velas encendidas en apoyo a las protestas que tienen lugar en su país, Parque Urracá, Ciudad de Panamá. 7 de mayo de 2021. Archivo/Luis Acosta/AFP

“La oligarquía no me mata porque sabe que si lo hace el país se vuelca y las aguas demorarán 50 años en regresar a su nivel normal”. Después de esto, el Bogotazo. Jorge Eliecer Gaitán, quien aseguran dijo esta frase, se equivocó casi en todo. Lo asesinaron, han pasado más de 50 años y las aguas en Colombia no han vuelto a su nivel. En lo que sí acertó fue en que el pueblo se volcaría a las calles. Esas fotos que guardan lo que se vivió en abril de 1948, me parece volverlas a ver hoy en abril de 2021. Solo que ahora son videos, y a falta de periódicos y otros medios, los celulares son prontos y buenos.

¿Qué va a pasar en Colombia?, nadie lo sabe. ¿Qué quiere la gente que pase?, ojalá lo sepa. En otras épocas, un nombre estaría en boca de todos. Para bien o para mal, Gabriel García Márquez en situaciones como estas hubiera sido, como diría Brecht, imprescindible. García Márquez cuando no escribía ocupaba su tiempo en lo que más le gustaba, conspirar por la paz. Eso es lo que necesita Colombia en estos momentos, una bandera blanca, para entonces resolver los problemas. Es muy fácil decirlo, desde acá, del otro lado del tapón, pero para el que ha nacido, crecido y vivido en medio de la violencia la paz le resulta pesada. Porque primero quiere justicia. A estas alturas le costará mucho a Colombia ponerle fin a las protestas, de volver a esa paz pesada.

Colombia por las profundas desigualdades y por la eterna lucha de poder ha ignorado los llamados que se han venido haciendo por años. Hablar de “violencia” es parte del problema. Se acostumbraron a vivir con ella, allí está, pero no me estorba. Eso de referirse al país como “Locombia” no es casualidad, eso no es normal. Basta mencionar una “peste”, cualquiera que sea, para descubrir que Colombia ya sabía de eso. La vida vale poco en un país donde te matan por nada, donde te secuestran por nada, donde te desaparecen por nada. Esto no es nuevo, desde la década siguiente al asesinato de Gaitán, años llamados de “la violencia”, Colombia veía venir lo inevitable: la guerra entre hermanos. En 1958 surge el movimiento guerrillero Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), y con él otros levantamientos que terminaron siendo brazos armados al servicio del crimen. Esto tampoco es normal.

Un país que lo tiene todo, sobre todo creatividad, hoy está urgido por encontrar una salida. Es tanta la rabia acumulada que podrá tener la solución en frente y no la podrá ver. Quiere estallar. Un país harto del humo de los políticos, del estatus quo, del sinsentido de los hechos, un pueblo desperdigado por el mundo que se fue tirando la puerta. Hoy Colombia ha explotado, protesta en las calles contra la otra “violencia”, la oficial. Protestan todos y contra todo, no se deben polarizar las marchas, no es de izquierda ni de derecha, de liberales o conservadores. Es Colombia entera.

Un país que salió del coma social para oponerse a una medida que pretendía quitarle mucho a los que tienen poco, para dárselo a los pocos que tienen mucho. Ese segmento de la sociedad que, como en todas partes, con la pandemia es la que más se ha sacrificado. Entonces, para que el gobierno tuviera que dar marcha atrás, el colombiano tuvo que despertar, como estoy seguro lo hubiera hecho cualquier otro que en circunstancias iguales fuera el Isaac, ¿a mí me vas a sacrificar? No hay pueblo más cristiano que el colombiano y no hay pueblo más satanizado que el colombiano, hoy los dos se han rebelado.

Colombia necesita un norte, una voz que por su carisma, solvencia de patria y liderazgo interceda en un momento como este. Es que hay tanto odio y caos que bueno sería que alguien apareciera. No creo que haya otro García Márquez, como el que medió en 1990 con Virgilio Barco para lograr la paz con el M-19. El colombiano más universal también fue fundamental en la crisis de los balseros, logrando que Fidel Castro y Bill Clinton, en 1994, encontraran una solución. Un García Márquez que estuvo en los diálogos de paz entre Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC, en el Caguán, en 1999. El que Juan Manuel Santos recordó como su “aliado en la búsqueda de la paz”, luego de alcanzar en 2016 el acuerdo con las FARC. Ya él había muerto, pero al menos Santos no lo había olvidado. En Colombia, ¿quién sería hoy ese Gabo? ¿Quién sería ese conspirador por la paz?

Lo que hay son personajes nefastos que atizan el fuego, cómo salir adelante con mensajes como el de Álvaro Uribe, que luego lo borró, diciendo por las redes sociales que como respuesta a los actos de violencia, invitaba a apoyar «el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas» contra “la acción criminal del terrorismo vandálico”. La violencia es censurable venga de donde venga, pero en el equilibrio de fuerzas, la racionalidad debe imperar. Si no, para que se está luchando. Qué sentido tienen los advenimientos al diálogo si se puede salir a la calle con un cañón para matar a las moscas. Si es así, esto no va a parar. Iván Duque, ha resultado un incapaz, y Gustavo Petro, solo está esperando. Las evidencias superan a la percepción, Colombia se puede desangrar, y el olor a sangre alegra el olfato de las hienas.

No hay vacuna contra los levantamientos sociales, pero se pueden evitar haciendo las cosas bien. Hoy Colombia se prendió, mañana puede ser otro, y después nosotros. Cuando García Márquez recibió el Nobel, en su discurso “La soledad de América Latina” hablaba de “una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”. Colombia se merece esa oportunidad, no hay pueblo que resista esa condena, vivir en la soledad de la violencia.

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