Valerio Araúz Aguirre. Publicista
El hombre de rostro adusto, mirada firme y gesto resuelto, bien trajeado como corresponde a un presidente de la República, se dirige a la cámara y declara con voz severa:
“El proyecto no se va a retirar. Que lo tengan claro… por ahí se oyen toda clase de locuras y se manejan cifras ‘al garetemente’”. Quiso decir “al garete”, es decir, a la deriva, desviado, desorientado.
A esto le responde Liborio Miranda, presidente del Congreso General Ngäbe Buglé: “Exhorto al señor Presidente a que baje el tono, porque esa no es la forma de hablar”.
Saúl Méndez, secretario general del SUNTRACS, añade con dureza:
“En cada bravuconada de los jueves, escupe saliva contra quienes protestan por lo perverso de la ley presentada… Esto es propio de un enfermo mental con delirios de grandeza, que piensa que es el emperador del país”.
La médica Aleida Arcia Solís opina desde su perspectiva profesional:
“Me sentí muy triste al leer en los medios lo que dijo el señor Presidente. Aparte de llamarnos necios —y esto lo interpreto como psiquiatra—, parece buscar intimidar, denigrar y advertirnos: ‘ni vayan, ni hagan nada; esto se va a aprobar como está’”.
En medio de esta tensión, surgen afirmaciones desconcertantes, como la de Dino Mon, nuevo director de la CSS, quien declara: “En los últimos cinco años, el proceso de préstamos del Seguro Social ha sido deficiente, con pérdidas”. Sin embargo, esta afirmación es desmentida por Demetrio Ábrego Samudio, ingeniero encargado de los préstamos de la CSS, quien replica con datos concretos: “La Caja de Seguro Social maneja una cartera de préstamos de 140 millones de dólares, con un rendimiento de siete millones mensuales que alimentan el programa IVM (Invalidez, Vejez y Muerte). ¿Qué banco privado no querría una cartera como esta?”. Estas contradicciones, aún sin explicación, merman la credibilidad del discurso oficial.
Un Problema Complejo
El dilema del Seguro Social es un tema intrincado. Cien grupos, cien opiniones; y al menos cien formas de abordar o complicar aún más el problema. El Presidente y su equipo tienen propuestas para resolver este problema estructural, agravado por años de administración deficiente y factores demográficos.
Por otro lado, los jubilados, «viejos como robles», han desafiado las expectativas de longevidad. Muchos cobran pensiones durante décadas, superando con creces lo que aportaron. Aquí se entrelazan dos elementos: un problema matemático y un componente humano, que afecta tanto a los beneficiarios como a quienes intentan imponer soluciones. Concepto clave: imponer.
Grupos de presión y el Gobierno
Ni los grupos de presión convencerán al presidente José Raúl Mulino de retirar el proyecto, ni el mandatario logrará que estos grupos desistan de su oposición. Es su naturaleza: los movimientos sociales siempre han sido la contracara del poder presidencial.
“Impulsar, no imponer
Ambos, gobierno y grupos de presión, representan a una minoría vocal que intenta imponer su visión. Sin embargo, por encima de ellos está el pueblo panameño, ese universo heterogéneo de votantes y no votantes, que observa desde la barrera y apoya al que mejor comunique sus ideas con claridad, lógica y algo de empatía.
El liderazgo presidencial
El presidente cuenta con el “bono presidencial”: un mandato legítimo para gobernar durante cinco años. Pero este no es un cheque en blanco, sino un encargo que exige sabiduría. Como bien dijo Salomón:
“Cuando el rey es ignorante, el pueblo acaba en la ruina; cuando el rey es sabio, el pueblo prospera”. Por su parte, Montesquieu afirmaba:
“El líder justo no exige obediencia, la inspira. Gobernar no es dominar, es servir bien”.
Mulino es un hombre de intenciones nobles; su historial lo respalda. Sin embargo, su carácter recio y confrontativo debe ser matizado con humor e inteligencia, sin perder firmeza.
El presidente no ganará en la arena del «dime y direte» con los grupos de presión. Son demasiados, y algunos buscan notoriedad al obtener una respuesta directa del mandatario, pues esto les otorga protagonismo. Aquí, el presidente pierde y ellos ganan.
El presidente debe dirigirse al pueblo con sinceridad: “Querían un presidente firme, transparente y trabajador. Por eso me eligieron, y eso hago. Tenemos que salvar la Caja de Seguro Social. Este no es el plan perfecto, pero es el que podemos implementar. El plan perfecto no existe”.
Al final, si Mulino no supera este desafío con éxito, difícilmente ganará el próximo. Él sabe a qué me refiero.