Como todas las tragedias ocurridas a lo largo de la historia humana, a la pandemia del Covid-19 se le puede señalar sus aspectos positivos.
El más notorio es haber acelerado el proceso de digitalización, permitiendo que la ciencia y la tecnología se establecieran definitivamente como herramientas valiosas en la búsqueda de soluciones y respuestas para los apremiantes problemas globales. La revolución digital se aceleró al punto de lograr en un año el escenario que se esperaba establecer dentro de una década, como mínimo.
Otro logro notable que podemos apuntarle al nuevo coronavirus es haber desenmascarado definitivamente la ineficiencia de la clase política criolla: en medio de la catástrofe, nunca antes experimentada por las presentes generaciones nacionales, destaca el absoluto silencio de los personajes políticos del patio. Concentrados en sus propios asuntos, dedicados a sus intereses particulares y partidistas, han brillado por la absoluta falta de propuestas, por la escasez de ideas y planes para navegar en medio del desastre. Con una oposición inexistente, la improvisación, la corrupción y la incompetencia han dominado la escena nacional.
Durante todo el tiempo que ha prevalecido esta crisis de salud, los problemas no han sido pocos: cierre de empresas, pérdida de empleos, suspensión de contratos, además de las numerosas víctimas y contagiados. Sumado a todo lo mencionado, están los retos pendientes para cuando se logre poner bajo control a la epidemia.
Tras décadas de vivir sumidos en la pesadilla, no podemos esperar que algo cambie si continuamos dejando en manos de los mismos de siempre el destino de la nación. De continuar esa dependencia ciudadana, esa espera para que otros resuelvan los problemas, seguiremos navegando sobre la decepción y la desesperanza.
Una nueva ciudadanía exige la época; aunada a una renovada mentalidad donde no exista dependencia, donde el futuro sea construido con el trabajo y la participación de todos. El país no puede seguir en manos de una pequeña casta que, con su avaricia y miras estrechas, carga con la mayor parte de responsabilidad del actual desastre.