Fantasía y política

No son pocas las voces que señalan que la degradación de la política adquirió dimensiones alarmantes en dos momentos claves: el primero, con la irrupción del márketing, que estableció la percepción de la actividad como un mero proceso publicitario, donde la forma reemplazó a la sustancia y lo importante es vender una imagen sin importar los monstruos que se escondan bajo el tapete.

Y el segundo momento, que contribuyó a su notoria desvalorización ante la opinión pública, cuando la “narrativa” adquirió un peso inusitado en su arsenal de recursos y el afán de construir la realidad como conviene a ciertos intereses resultó más importante que la verdad y la confianza con las que se construye una saludable vida comunitaria.

Al momento que la narrativa -la historia que se cuenta- y la realidad- los hechos- se contradicen, se desmorona la confianza pública, el requisito fundamental de la democracia y de la relación entre gobernantes y gobernados.

Alguien señaló alguna vez que “el problema no es la realidad, si no lo que hacemos con ella”. Y, al parecer, la clase política en general, alimentada por sus atesorados manuales de propaganda y mercadeo, ha concluido que resulta más fácil “narrar” una historia que favorezca sus particulares intereses que apegarse a las mínimas reglas éticas para llevar a cabo una gestión medianamente decente y efectiva.

Hoy resulta imposible reconocer el mundo circundante en los discursos de cada personaje político. La verborrea fluye entre logros, éxitos y ejecuciones que sólo existen en la imaginación del orador. Hablan de reconocimientos, dentro y más allá de las fronteras, de los cuales nadie del auditorio ha escuchado; en sus desvaríos egocéntricos y calculados, las muchedumbres sucumben ante el despliegue de su genio político. Resultan tan patéticos y risibles como esos funerales pueblerinos donde las alabanzas son tan exageradas y abundantes que el difunto termina irreconocible para quienes asisten a despedirlo.

Para contar con una política sana en cualquier nación civilizada, el discurso y los hechos tienen que caminar de la mano y encajar como las piezas de un rompecabezas. Ver lo que se quiere ver e ignorar lo que se quiere ignorar en nada contribuye a reconstruir la confianza pública tan necesaria en estos momentos de crisis

 

 

 

 

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