En el año 2002, el escritor francés Sylvain Timsit formuló sus conocidas 10 estrategias para la manipulación mediática, utilizadas ampliamente por los poderes económicos y políticos para controlar masivamente a la ciudadanía. Estas estratagemas fueron concebidas con la finalidad de crear individuos sumisos, incapaces de pensar por sí mismos.
La primera de las diez estrategias apunta a la “distracción” como instrumento para desviar la atención pública de los asuntos importantes. Con la finalidad de distraer y mantener ocupada la atención de la gente, se le inunda con un diluvio constante de distracciones y de información insignificante, carente de toda relevancia. Se impide de esta manera al público, interesarse en los asuntos realmente medulares, se le coarta el acceso a los conocimientos o temas esenciales para ejercer una ciudadanía responsable y activa.
Es, de entre las diez estrategias enunciadas por Timsit, la favorita de los grupos que ejercen el poder. Cada mañana se brinda un nuevo evento que escandalice o indigne a la nación, que provoque una avalancha de dimes y diretes cuyo eco amplificado en las redes sociales, ahoga y sepulta los temas que urgen discutir. Escándalo tras escándalo, banalidad tras banalidad, se logra evitar la discusión y la responsabilidad de afrontar los asuntos urgentes; se consigue sacarle el cuerpo a las tareas en donde resulta evidente la incompetencia de quienes gobiernan o aquellas que no coinciden o aportan a sus intereses particulares.
Durante los últimos meses hemos sido espectadores de primera fila del despliegue intensivo y constante de esta estrategia. A partir del escándalo revelado en los albergues, donde se atropellaron la dignidad y los derechos de niños y adolescentes, el país ha estado sometido a la presión constante de nuevos sucesos, a un aluvión intenso de informaciones cuya única finalidad- que parece haberse logrado- era únicamente desviar la mira pública de los hechos que ponían en entredicho la efectividad y la integridad|| del comportamiento gubernamental.
Lamentablemente, caímos en el juego de los intereses oscuros que pretenden imponerse y permitimos que nos apartaran de los asuntos que, en verdad, resultan vitales para el destino del país. Triste futuro el que nos espera si no somos capaces de oponernos a tan perversa manipulación.