El pasado martes 2 de marzo, los estados de Texas y Misisipi levantaron las órdenes vigentes sobre el uso obligatorio de mascarillas para protegerse de la covid-19. Además, dieron luz verde para que los negocios operen al tope de su capacidad si así lo desean.
Los gobernadores Greg Abbott, de Texas, y Tate Reeves, de Misisipi, justificaron sus decisiones señalando las bajas de casos y hospitalizaciones, y por el acelerado ritmo de las vacunaciones.
El presidente estadounidense Joe Biden calificó estas decisiones como “pensamiento neandertal” y subrayó antes los periodistas en la Casa Blanca que las mascarillas marcan la diferencia. Recalcó también la importancia de cumplir con las recomendaciones dadas por la ciencia sobre el lavado frecuente de manos, el uso de la máscara facial y el distanciamiento social.
Según la Universidad Johns Hopkins, Estados Unidos es uno de los países más golpeados por la pandemia con 28.7 millones de casos y 518 mil fallecidos.
Este relajamiento de las medidas preventivas, en combinación con la denominada “fatiga pandémica” resultan particularmente riesgosas en estos momentos. Ésta última, la fatiga pandémica, es un concepto instaurado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para referirse al cansancio generado por las restricciones impuestas a causa de la crisis del coronavirus.
El anhelado sentimiento de seguridad y vuelta a la normalidad que el proceso de vacunación pueda propiciar unido al relajamiento de las medidas sanitarias causado por esta particular fatiga, puede convertirse en la puerta de entrada para una cuarta ola de contagios a nivel global que, según algunos expertos, resultaría más peligrosa que las anteriores.
En la puerta del horno se quema el pan. Aprendamos de la sabiduría popular y persistamos en el lavado frecuente de manos, el distanciamiento social y en el uso de las mascarillas. Que en nuestro país, la indolencia ante la tragedia que nos azota desde hace un año no sea la causa de más sufrimiento.