No apaguen la luz

Quiero pensar que no todo puede ser como lo que se destapó ahora, que hay luz donde antes no había nada. Hay menores que dan fe de ello. Sus vidas cambiaron al transitar por un albergue, pero en estas cosas tan sensibles los resultados deben ser absolutos. Ilustración: Anklo.

Entre más viejo uno se pone, más sensible se va haciendo. Uno se emociona con pequeños detalles. Hay cosas que no se pueden disimular, las que mueven las fibras del alma. Con esas no se juegan. Y entre más pequeños son los detalles, mayor es el sentimiento. Uno va creando una ligera capa de fragilidad, se hace vulnerable a temas que no permiten discusión. Un hombre entrado en edad con sabiduría y poca paciencia sabe que hay cosas que no se pueden dejar en manos del tiempo.

El caso de los albergues, por ejemplo, en el que niños y adolescentes son los afectados, se dice víctimas, no se puede barrer debajo de la alfombra. Primera vez que sucede algo que ha encontrado un total consenso en la sociedad, absolutamente nada puede matizarlo. Los preferidos de Dios, que parecen hechos de goma que corren, brincan, ríen y lloran y que hoy se esconden, tienen que hablar y contar su verdad. Hay que ser muy mala alma, se dice enfermo, para hacerle daño a un niño, pero peor es saberlo y quedarse callado. La solución parece una sola.

Un albergue según la academia es, entre otras cosas, un lugar que sirve de resguardo o alojamiento a personas o animales; un establecimiento benéfico donde se aloja provisionalmente a personas necesitadas; una casa destinada a la crianza y refugio de niños huérfanos o desamparados. Un albergue para la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (Senniaf) es una institución de protección. La Senniaf no podía ser más preciso en su definición.

Al niño hay que protegerlo en todo y de todo, y más aquellos que antes de ser mayores de edad pasan por una experiencia que marca sus vidas. Estas instituciones de protección albergan a menores de edad que su condición los priva de desarrollar una niñez normal. Entonces es aquí cuando aparece la Senniaf. No son todos los casos, pero los hay en los que mejor hubiese sido que no apareciera.

Terminar en un albergue debe ser mejor que vivir en la calle o acabar en un reformatorio. Pero cuando no es así, quién es el responsable. Hay niños que sí están mejor en una institución de protección, los hay que han seguido su vida y el recuerdo de un hogar no es una casa, la calle o un reformatorio. Los hay que su instante más feliz no es junto a una familia que no existe, un padre maltratador, una madre drogadicta, un tío o hermano abusador, no. Fueron felices al calor de un albergue, o institución de protección. Pero cuando no es así, quién es el responsable.

En Panamá el problema no es la falta de albergues, es la ausencia de una verdadera política de protección del menor. Hay albergues que se cuidan solos, y hay los que necesitan una mano dura. Se necesitan albergues para sacar a los niños de la calle, arrancarlos del trabajo que les arrebata una educación, salvarlos de un futuro en el que el niño maltratado de hoy es el criminal de mañana.

Una vez que un menor pone el pie en uno de estos hogares, no hay excusa que valga, la responsabilidad absoluta sobre el niño, niña o adolescente no recae en el que lo recibe, sino en quien no lo puede atender: el Estado. Si yo dejo a mi hijo donde un vecino, mientras esté allí mi vecino debe responder por él, pero ese vínculo filial conmigo no se pierde. Hay una responsabilidad compartida. En este caso el Estado vendría siendo el padre, y no por dejarlo en otras manos se va a desentender. Y no puedo aceptar de que solo se supervisan aquellos hogares que reciben subsidios del Estado, eso es inmoral.

Si junto al Edificio Blue Summer, sede del Senniaf en Panamá, hay una casa en donde se sabe que maltratan y abusan de un niño, según ese argumento entonces no se puede hacer nada. En estos momentos ir a pedirle a los albergues que rindan cuentas por lo material, es decirle al menor que no vale nada. En estas instituciones de protección hay niños que no saben que es un verano azul, por ellos es que existen el Ministerio de Desarrollo Social y más la Senniaf.

La Senniaf en la edición última de sus memorias, Memoria Institucional 2020, hace un despliegue informativo con textos, fotos, gráficas de lo que hicieron durante el año pasado. Una página en particular me llamó la atención, destacaba por su título: Comisión Interinstitucional de abordaje de albergues 2020 (CIAA20). Según lo visto, esta comisión creada en septiembre de 2020 “tiene como objetivo abordar de manera integral a las instituciones de protección”. La finalidad de esta comisión es “verificar las condiciones de estas, incluyendo su organización, estructura, disposición, recursos y las condiciones de los niños, niñas y adolescentes”.

Esto me parece bien, sobre todo porque la CIAA20 está integrada por las siguientes instituciones: Ministerio de Desarrollo Social, Ministerio de Salud, Secretaría Nacional de Discapacidad, Instituto Panameño de Habilitación Especial y la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, teniendo como observador la comisión a la Defensoría del Pueblo, están todos los que deberían estar, mejor imposible. Eso fue el año pasado, entonces cómo llegamos hoy a este escándalo, si la CIAA20 en el tema de albergues tenía bien definidos sus objetivos y mejor fundada la metodología para lograrlos.

No puedo mencionarlos todos, así que, a manera de ejemplo, unos botones. Como objetivo específico la CIAA20 brindaría atención integral a los niños, niñas y adolescentes institucionalizados en albergues a nivel nacional. Para ello, entiendo, realizaría visitas de campo por parte de un equipo técnico a los albergues; revisaría los expedientes de cada niño, niña y adolescente, también llevaría a cabo evaluaciones físicas de salud y nutrición. Esta comisión programaría entrevistas y la aplicación de pruebas psicológicas a los menores. Resumiendo, la CIAA20 tendría bajo su responsabilidad el “abordaje de albergues”, cómo lo iba a hacer lo tenían muy claro, pero los hechos dicen otra cosa.

La CIAA20, igualmente, se dispondría a hacer inspecciones de las instalaciones, mobiliarios y medidas de seguridad de los albergues y lo más destacable de todo es que, según la metodología para llevar a cabo los objetivos específicos, esta comisión entrevistaría a las cuidadoras, personal técnico y administrativo que trabaja en las instituciones de protección. Qué pasó en el camino para llegar a lo que tenemos hoy, alguien debe saberlo. O alguien se lo está callando. Todo lo que se debe hacer para una buena gestión en materia de albergues ya lo sabían, ya estaba hecho como se lo merecen los niños que lo esperan y necesitan. Según lo publicado en la Memoria, sí se hicieron abordajes con total éxito, y hubo albergues donde la CIAA20 fue efectiva, pero… insisto hay albergues que se cuidan solos y otros que andan a la deriva.

Entre los objetivos de la CIAA20 no se habla nada si algo falla, ¿qué se hace cuando un albergue no funciona?, ¿cerrarlo? Y ¿qué sucede con los menores entonces? ¿Cómo se protege a un menor de los riesgos de quienes se supone deben protegerlos? La CIAA20 no contempla una situación como la que hoy se está viviendo. La CIAA20 se propuso desde su creación en septiembre pasado “definir una ruta de intervención y abordaje integral interinstitucional que permita el desarrollo de guías, protocolos e instrumentos que fortalezcan el proceso de supervisión y monitoreo de las instituciones de protección del país”, dicho esto no hay que explicar nada. Los que deben explicar hoy lo que pasó en los albergues y por qué pasó son: el Mides, el Minsa, la Senadis, el IPHE, la Senniaf y la Defensoría del Pueblo; es decir, la CIAA20.

Quiero pensar que no todo puede ser como lo que se destapó ahora, que hay luz donde antes no había nada. Hay menores que dan fe de ello. Sus vidas cambiaron al transitar por un albergue, pero en estas cosas tan sensibles los resultados deben ser absolutos. La inversión de recursos y el esfuerzo de tanta gente no puede quedar archivado, digamos, en asuntos pendientes. No puede ser, tampoco, que a la hora de investigar uno se encuentre con que hay albergues que no cumplen con lo requerido por la administración, entonces hay que cerrarlo. Cuando esto pasa, pienso en un barco hundiéndose y al capitán lo veo alejarse en una lancha. Los hechos son contundentes no hubo control ni supervisión.

He escuchado que esto de los albergues no es nuevo. Que se sabía y viene pasando hace muchos años. Eso pensé cuando vi lo de la CIAA20, y dije esto rebasó toda voluntad y buenas intenciones. Es decir, el problema es mucho más grave y se necesita más que una comisión para atacarlo. No para abordarlo. Se necesita una comisión que quiera acabarlo. No es cuestión de cerrar albergues, mover funcionarios, hacer alaracas y quemar naves. Es querer cruzar el Rubicón. Llegar hasta las últimas consecuencias, respetando el derecho de las víctimas y denunciando a los responsables. Metiendo a estos enfermos en un albergue como los que se han cerrado. La CIAA20 es una reacción a lo que venía pasando hace rato.

Los albergues son necesarios mientras tengamos una política social fallida, y esto se ve cada vez que se construye una cárcel nueva. Delegar en otros la responsabilidad tan delicada de criar a un niño, es noble cuando se logran los objetivos de formar mejores hombres que lustren nuestra sociedad. Pero no hemos cumplido con los niños y menos con la sociedad, que hoy reclama rendición de cuentas, nombres, que grita basta ya de silencios y de ocultar a los que deben dar la cara. Si hacemos eso hoy con los niños, si miramos para otro lado, como hacemos siempre, si dejamos esto al tiempo, antes me atrevería a preguntar: los responsables de que esto pasara, ¿dejarían a sus hijos dormir en un albergue con la luz apagada?

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