La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia en marzo de 2020. Y hoy, un millón de muertos después, el mundo sigue luchando contra el covid-19 asumiendo un enfoque epidemiológico tradicional: cortando las vías de transmisión, declarando cuarentenas, con cierres absolutos de la economía, toques de queda, suspensión de clases y distanciamiento social.
Sin embargo, en un artículo publicado en la revista The Lancet el 26 de septiembre de este año, Richard Horton aboga por una perspectiva más amplia en esta crisis sanitaria: “debemos enfrentar el hecho de que estamos adoptando un enfoque demasiado estrecho para manejar este brote de un nuevo coronavirus”, señala en su escrito. “COVID-19 no es una pandemia. Es una sindemia”- nos advierte.
La palabra sindemia fue acuñada en los años 90 por el antropólogo médico Merril Singer para referirse a una situación en la cual interactúan dos o más enfermedades causando un daño mucho mayor al que pudieran causar cada una individualmente. Alude a las palabras sinergia- cooperación, en medicina- y pandemia, que señala cuando una enfermedad se extiende a varios países.
Trasladar el enfoque de pandemia a sindemia obligaría a un cambio inmediato en la estrategia: no podemos aspirar a una contención exitosa del coronavirus si no atendemos, también, a las enfermedades no contagiosas que le acompañan: hipertensión, obesidad, diabetes, cardiopatías y cáncer, principalmente. Estas enfermedades representan un tercio de los padecimientos sufridos por los más de mil millones de personas más pobres del mundo. Por lo cual trabajar por el acceso a la salud y a una dieta adecuada para estos segmentos constituye un requisito fundamental en una estrategia integral y con más posibilidades de éxito, porque mientras persistan estas desigualdades estas poblaciones seguirán peligrosamente expuestas.
El SARS-CoV-2 dejó en evidencia la fragilidad de los sistemas de salud de gran parte del mundo- sobre todo en Latinoamérica- y como secuela desnudó un panorama donde las lamentables penurias de los sistemas de educación caminan tomadas de la mano con políticas sociales y ambientales poco efectivas que mantienen a gran parte de nuestra población sumida en las penosas condiciones que alimentan la letalidad del covid-19.