Una constante de la política y el ejercicio del poder es el imperecedero deseo de controlar la dirección en que circula la información: desde quienes gobiernan hacia los gobernados. Cuando la información se mueve fuera de este modelo unidireccional se convierte en la piedra en el zapato de quienes manejan la nave del Estado.
Por lo que no es de sorprender que, gobierno tras gobierno, se materialicen los intentos por controlar la información que circula de forma masiva entre los ciudadanos.
Durante la pasada administración destacan tres de estos intentos. El primero buscaba regular el ejercicio del periodismo, el segundo trataba de regular la propaganda política en los medios de comunicación y, finalmente, el tercero perseguía el control de las redes sociales.
La velocidad con que circulan los contenidos en estas últimas las convierten en el objetivo de todo aquél que maneje una cuota de poder y pretenda ejercerlo obviando la transparencia que exige una ciudadanía consciente de sus derechos y en pleno proceso de maduración.
Algunos diputados de la actual Asamblea retoman un anteproyecto de ley presentado originalmente hace más de un año y con el cual se pretende establecer controles en las redes con la excusa de “la protección integral a la imagen y honor de personas involucradas en situaciones de calamidad, catástrofes, accidentes, riñas o cualquier situación que se presente…”
No resulta sorprendente esta mueva arremetida de control dada la fuerza y la constancia con que se manifiesta el descontento de la población precisamente en el medio al que se pretende imponer cortapisas. Las redes, en nuestro país, se han convertido en el foro más popular y democrático del discurso social donde cada ciudadano expresa sus opiniones sin importar el color de las mismas.
Si es innegable que se cometen algunos excesos, también es innegable el gran papel que ejercen en una época donde la tecnología ha brindado acceso ilimitado y voz a una inmensa mayoría cuya expresión no llegaba hasta los medios tradicionales.
En momentos de angustia y tensión como los presentes, el destino de este nuevo intento de control es previsible. La furia y la repulsa ciudadana no se harán esperar.