En el espejo de los vecinos

Decenas de miles de colombianos se manifestaron en contra de la reforma tributaria que el Gobierno de Iván Duque intenta colar con el eufemismo de Ley de Solidaridad Sostenible. La misma pretende recaudar aproximadamente unos 23 billones de pesos colombianos, el equivalente a 6 mil 300 millones de dólares estadounidenses, aumentando la carga de impuestos a aquellos que devenguen un salario mensual que supere los 663 dólares; además, imponiéndole nuevos tributos a los servicios públicos (agua, luz y gas), a los servicios funerarios y a otros renglones que hasta ahora permanecían exentos.

“En vez de agobiar a la clase media y a los pobres con más IVA” (Impuesto de Valor Agregado)- subraya el economista Salomón Kalmanovitz- “se deberían eliminar las exenciones que permiten que el sector financiero haya pagado en 2020, por ejemplo, solo el 1.9 por ciento de sus utilidades de 121 billones de pesos (32 mil millones de dólares)”

Y, ante este injusto desbalance de las responsabilidades, en muy poco ayudaron las declaraciones ofrecidas por el Ministro de Hacienda colombiano, que dejaron muy claro sobre quién recaerá la carga fiscal: “El recaudo vendrá en un 73 por ciento de las personas naturales y el resto, de las empresas”.

Tras más de un año de pandemia, la economía colombiana sufrió una caída de 6.8 por ciento, lo que dejó la cifra total en 4.1 millones de colombianos desempleados tras el cierre de más de 500 mil negocios, que sucumbieron a la arremetida de la pandemia.

Con todos estos elementos pesando sobre el ánimo popular, además de la angustia sumada por los 2.8 millones de casos positivos y las más de 72 mil personas muertas por el covid-19, las intenciones del gobierno sólo lograron encender la chispa del polvorín.

El escenario del resto de Latinoamérica es un calco al carbón de la situación en Colombia: la pandemia, al igual que una inesperada y peligrosa cabeza de agua, arrasó con las economías del continente y dejó un trágico rastro de pobreza, desempleo, cierres de empresas y un sinfín de angustias y preocupaciones referentes al futuro de todos.

Cualquier gobierno de la región que imite las intenciones del presidente Duque, peca de ingenuo si espera una reacción distinta a la que enfrenta aquél. Desde Colombia, la lección está dada: que el resto de Latinoamérica se mire en ese espejo.

 

 

 

 

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