Los panameños dignos conmemoramos la gesta de enero de 1964. Un evento de historia trágica en su momento, pero que hoy día constituye uno de los acontecimientos que identifica plenamente el espíritu de lucha del pueblo panameño.
Como periodista fui protagonista en el centro de los acontecimientos y de las principales escenas en lo que es hoy la Avenida de los Mártires y sus alrededores.
Como parte de las acciones de cobertura me trasladé al Cuarto de Urgencias del Hospital Santo Tomás, desde allí reportaba la llegada de los muertos y heridos.
La masacre se informaba con estupor, cumplía una labor profesional que me sacudía en lo más profundo de mis sentimientos.
Uno de los momentos más estremecedores fue cuando vi llegar, con una profunda herida que le atravesaba el vientre de uno a otro lado, y con las vísceras afuera, de mi amigo de infancia, Víctor Manuel Iglesias, “Totito”, que aún todavía vivo se quejaba por el fuerte dolor. Pude despedirme de él antes de que muriera. Pero los acontecimientos se precipitaban y lo reportes de prensa los continuaba. Como Jefe de Redacción del Diario El Día, me regresé al periódico para cerrar planas a medianoche junto con el Director Guillermo Rodolfo Valdés.
El Diario El Día respondía a los intereses del Partido Republicano, dirigido por la familia Del Valle, Marcel Penso, Neneito Pino y otros políticos de la época, quienes habían responsabilizado de la línea del periódico a Fabián Velarde, quien ejercía el periodismo.
En la redacción se manejaba nerviosamente el origen y el desenvolvimiento de los hechos. Para los dueños del medio los acontecimientos no estaban claros. La línea del Partido Republicano era conservadora. En la cobertura de algunos hechos noticiosos con alguna frecuencia tuvimos algunos contratiempos.
Los muertos se multiplicaban y a los institutores, principales autores de la lucha desigual contra las balas y bayonetas del ejército norteamericano, se sumaban muchos hombres y mujeres que brindaban su pecho en la lucha por lograr una verdadera y justa soberanía sobre la zona del canal.
Así como lo había hecho Víctor Manuel Iglesias, único institutor hasta ese momento muerto, los panameños estábamos consternados y solidariamente unidos en esta lucha desigual.
Sin embargo, en la mente de algunos políticos ultra conservadores, y muchos de ellos sujetos a los mandatos y caprichos del gobierno norteamericano, comenzaron a desvirtuar las informaciones, aduciendo que todo era producto de las tendencias comunistas del momento.
El hecho llegó a tal punto que en horas de la madrugada, en la redacción, el vocero del Partido Republicano desmanteló nuestra primera plana, en ausencia del Director e impuso un titular acusando a los comunistas de ser los causantes de los acontecimientos. Pero los hechos eran tan evidentes, que se trataba de una protesta estudiantil por el incumplimiento de un pacto, de que las banderas panameñas y norteamericanas ondearan por igual, que se tuvieron que hacer los cambios y publicar una primera plana más objetiva.
Los 21 mártires del 9 de enero ya se conocen. Pero en el caso de Víctor Manuel Iglesias, o Víctor Manuel Cerón, como también se le llamaba, el impacto de su muerte será imborrable en mi mente.
VÍCTOR MANUEL IGLESIAS, SANTANERO
MÁRTIR DEL NUEVE DE ENERO DE 1964
“Totito” fue todo un personaje desde muy niño. Tuvo un origen, para muchos que compartimos parte de su niñez, un tanto enigmático. De pronto desaparecía. En Calle F del barrio de Santa Ana pasaban semanas sin su presencia. Nunca sabíamos adonde se iba. Tenía una especial personalidad, casi era adulto desde muy pequeño. Se aparecía de pronto e inmediatamente intentaba asumir un liderazgo que naturalmente tenía pero que yo se lo disputaba porque era como una veleta, que iba y venía. En cambio, yo permanecía en Calle F codeándome con Boris, Eduardo y Fredy Blanco, y también Rica, Toto, mi hermano Millo y los Alemán como Alex, Millo, Beto y otros más de lánguidos recuerdos.
Sobre Totito ni el nombre completo se sabía. Llegaba y de pronto se daban nuevas vivencias en la Calle F. A veces cargaba un sencillo en los bolsillos del cual todos disfrutábamos. Pero también era uno de los que liderizaba nuestras correrías por calle 14, el Parque de Santa Ana y otros lugares del barrio en donde hacíamos nuestras travesuras, que hoy día, aproximadamente sesenta años después, solo quedan en el recuerdo como juego de niños inocentes sin consecuencias.
En una ocasión, sin recordar por qué, no enfrentamos a puño limpio. Fue en la misma calle F, frente a la casa Número 7, en donde yo vivía en la parte de arriba y sus tíos en la planta baja, Doña Olga y su abuela. Peleamos, nos dimos duro. Pero Totito tenía una cabeza grande. Y dura. Esto me produjo hinchazón en los nudillos y desgarres en ambas manos. Se me hincharon. Mi madre, Emilia, tuvo que llevarme a la casa de un señor que daba masajes en San Cayetano, en un callejón que unía calle 16 con calle 17, que desembocaba en la parte de atrás del Oratorio Festivo. El señor, que era ciego, no era la primera vez que me sobaba las manos para aliviar los golpes y las quebraduras de huesos y carne en las manos.