Pertenecer.
Por Alessandra Rosas .
Cada profesión conlleva riesgos y posee sus encantos. Quien está llamado a ser artista, al igual que el futuro médico, ingeniero o abogado, encuentra una etapa de enamoramiento e idilio con su profesión, antes de toparse de frente ante el muro de realidad que representa el mercado laboral.
¿Cuál es mi nicho?, ¿A quién le gusta mi pintura?
Por algún tiempo he estado tratando de figurarme dónde está el mercado de personas que verán mis pinturas y quedarán extasiadas con mis pinceladas y mis colores, con mis animalitos que flotan o te miran sin decir mucho. Dónde está el público que se conecte con mi expresión sin juzgar si mis sujetos llevan o no ropas… o cabezas o colas!. Si son morales o sacrílegos.
Ya me he acostumbrado a hablar de mis creaciones con explicaciones -casi excusas- de por qué mis líneas no son limpias o mis colores no son puros. Explicar que no busco ofender cuando cambio un ángel por un pez, ni busco enviar mensajes ocultos. Explicaciones ante ojos que escrutan las diferencias entre su entendimiento del mundo y el mío.
No estoy sola. Cada artista, al desnudar su alma en el soporte una y otra vez, se encuentra vulnerable o vulnerado por el observador. Aprende a sacar callo. Así, el roce de las palabras ya no lastima su piel, ni su cordura.
No es que el artista deje de cuestionarse o de ser severo juez consigo mismo, pero, eventualmente deja de escuchar afuera y presta más atención adentro.
Existen parámetros que nos ayudan a medir objetivamente el éxito de un artista y el valor de sus obras y son fórmulas útiles para el mercado, para crecer, para coleccionar, para elegir, para vender y para sobrevivir.
Quién puede juzgar si la obra de uno u otro artista es muy repetitiva, muy comercial, muy atrevida, demasiado superflua… Porque, hay quien explora un tema una y mil veces con obsesión viva y ardiente hasta agotarlo y dejarlo en cenizas; hay quien no se detiene en la repetición y explora cada circunstancia de la vida con la curiosidad de un niño; hay quien simplemente interpreta a sus pares. Del primero -si encuentra el éxito-, se escuchará decir que se ha entregado a la vida comercial y ha vendido su alma por unos centavos o bien -si no ha conocido las mieles de la gloria-, que ha sido un creador entregado a sus demonios y fijaciones, un valiente que no se ha dejado mover por las monedas.
Del segundo, se dirá que no tiene suficiente disciplina para estudiar y desarrollar un tema; que jamás logrará ser visto con seriedad por el mercado, ni encajará en él. Al tercero, ¿se le tomará acaso en serio?
Palabras! nada más que juicios y palabras!, ¿quién conoce las intenciones, las motivaciones profundas o las razones de un artista para crear?
En qué circunstancias un artista se siente fiel a sí mismo?, cuándo siente que ha sacrificado demasiado para entrar en el juego del mercado? ¿Cuántos likes son suficientes para que el público considere que estás “dentro”? O ¿qué tan profunda y emocional es la conexión con una obra para entregarte a ella?
¿Cómo se siente pertenecer?
Definitivamente el artista, como profesional, debe involucrarse y estar atento a las métricas y criterios que lo harán crecer y que se reflejen en el incremento de valor de sus obras, sin embargo, más allá de la disciplina que requiere esta práctica, del dominio de técnicas y materia, de trabajar día con día, el momento de conexión de creador y creación, es íntimo, secreto, oculto. El observador no puede más que anhelar conocer esa conexión, sólo la presiente.
Y ese anhelo se le transforma en capricho, en ambición, en pasión por una obra… o en sentencia para su creador.
Las palabras y juicios encuentran su utilidad y valor en un plano diferente. El pertenecer no acaba con la búsqueda, más bien catapulta un sistema complejo de estímulo y respuesta en el que todo se desarrolla: creatividad, producción y crecimiento económico del artista… Cuando se concreta la simbiosis entre el artista y su nicho de coleccionistas, además de la poesía maravillosa que recita tu cuadro favorito al tenerlo de frente, tus inversiones encuentran un cimiento confiable y todo el ecosistema del arte sale ganando. Qué puede esperar un artista con mayor ansia, que el encuentro alegre con el público que aprecia su mundo. Es como la satisfacción de una madre cuyo hijo es aceptado y amado por los demás. Puedes vivir sin tenerlo, claro, pero en el fondo hay un cierto deleite que no tiene que ver tanto con los elogios, con la remuneración económica o la fama; sino con la comunicación que se logra, con el ciclo que se cumple, con el atisbo de otra persona a tu interior más recóndito.
Quiero suponer que, quien está llamado a ser artista, vuelve a enamorarse de su profesión con cada encuentro de este tipo, cuando al toparse de frente con el muro de realidad que representa su mercado laboral, descubre que está repleto de puertas y ventanas que le conectan con espectadores deseosos de rozar, de hurgar el cosmos de su creación.