DE DIMAS LIDIO PITTY
Texto: Manuel Montilla
Dibujos especiales para la edición de Editorial Potrerillos, 2016:
Raúl Vásquez Sáez / Julio Lambert Ortiz / Manuel E. Montilla
Portada en base a un dibujo del Maestro Mario Calvit
Un hombre vive una existencia marcada por las luchas políticas, por el exilio abominable y por la búsqueda de una belleza elusiva y convulsa en la ruta de las letras. Ese hombre ha nacido en un poblado de extravío y agua, Potrerillos Abajo, melancólico rincón agrario en las faldas de un volcán silencioso que vigila dos océanos desde las atalayas de la demarcación chiricana, en un mínimo país al que hemos de llamar Panamá. («Era un pueblo diminuto / pero sus héroes / más grandes que el olvido.»)
Tal hombre llega al mundo desprovisto de bienes materiales, su única abundancia es su curiosidad inquebrantable, las raíces de su tierra y, como pronto descubrirá, entre sus haberes cuenta con «la palabra». Una palabra que es hierro, tizón y vindicta, pero que puede contener la nostalgia, el amor y la memoria. Corre el año 41, 25 de septiembre, del siglo veinte, cuando lanza su primer llanto.
Pasadas muchas lluvias, andares a cuesta, con una prosa límpida y mirada penetrante nos enfrenta a la condición humana en toda su complejidad. Nos muestra un espejo percudido donde imagen, perplejidad y cuestionamientos se mancomunan para explorar los oscuros territorios de nuestra vulnerabilidad, de esta existencia humana disgregada y de las sorpresas de reconocernos en algunas líneas escritas por una mano que no claudica.
¿Somos nosotros mismos, de alguna manera, esos jamelgos que estornudan en la lluvia, plenos de argucias, vulnerables y sorprendidos por la existencia?
En una designación que evoca la fragilidad y la inesperada belleza de la naturaleza, Dimas Lidio, que tal es el nombre que signa al hombre, merece el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, en la sección de cuentos (uno de tantos que le depara la agreste fortuna), corre el 1978, año en que la OMS declara oficialmente erradicada la viruela.
Ahora nos sumergimos en los meandros consustanciales de «Los Caballos Estornudan en la Lluvia», el libro anotado, exploramos un algo de su esencia y quizá vislumbremos alguna gota de lluvia sobre nuestros ojos.
La llanura, vasta y llena de árboles, se extiende como un lienzo donde los recuerdos se guardan cual monedas ferrosas en un arcón añejo. En este escenario, el escritor nos invita a contemplar la condición humana a través de nueve textos. Cada uno es un espejo donde se refleja la precariedad de lo terrenal, el nacimiento, la ignorancia, la locura, el crimen, el egoísmo, pero también la belleza simple, diáfana y eterna de la existencia.
Dimas Lidio, con letras veraces y agudas observaciones, nos enfrenta a nuestra humanidad. Es una mirada profunda, una ventana hacia los abismos internos. Nos desafía a sumergirnos en las preguntas esenciales con valor y, transitando en nuestro yo más interno, el reconocimiento de nuestra fragilidad, de lo superficial y de lo vacuo, de cada palabra que marca el periplo de lo escrito y de lo olvidado.
«Los Caballos Estornudan en la Lluvia» es continente de narraciones inexorables. La primera, que designa y otorga nombradía al libro, evoca la fragilidad y la inesperada belleza de la naturaleza, del albor de la vida. Los equinos, como seres vulnerables, se convierten en símbolos de nuestra propia existencia. ¿Qué sucede cuando estornudan bajo la lluvia? ¿Cómo enfrentamos los momentos inesperados, las transacciones con que la vida nos mensura y lacera? No hay respuestas, la vida fluye como un torrente imponderable y continua a pesar de las vicisitudes, de las debilidades, de los artilugios, que integran la condición humana. «Y, sin decir más nada, el abuelo agarró la varita seca y de nuevo comenzó a dibujar figuras en el suelo.»
«Hijo de la Luna» es un relato que nos sumerge en las tinieblas y quejumbres del extrañamiento y la conexión entre la tierra y el cielo. La luna, testigo silente, observa los secretos de uno de sus vástagos, su deambular al filo de las sombras y del éter. ¿Qué misterios se ocultan bajo su luz plateada, tras el arcano de las tinieblas? «…paulatinamente se apagaron las lámparas y el silencio cayó sobre el pueblo y lo envolvió, sombrío, apretado, ahogando hasta los sueños de los perros.»
«Los Sueños del Viejo Ben» nos enrutan a la vejez como un cofre de memorias ásperas. Ben, con sus arrugas y sus ojos cansados, nos lleva a través de sus sueños. ¿Qué verdades se despiertan en la penumbra de la noche? «Quiso salir a encontrarla, pero ella, sin palabras, le dijo que no, que siguiera sentado, que se quedara quieto y que no dijera nada.»
«La Fama» deviene del precio de la reputación y la búsqueda de la evidencia. Un personaje se debate entre el apocamiento, la vergüenza y la soledad. ¿Qué sacrificios estamos dispuestos a hacer por la notoriedad? ¿Cuánto vilipendio estamos dispuestos a afrontar? «…intuye de pronto que de nada serviría golpearlo, porque en el fondo de esos ojos hay algo inexpugnable, que ni la propia muerte podría derrotar.»
«Un Pedazo de Universo» es el periplo subjetivo que nos dirige de la inmensidad del orbe a la pequeña consternación del ser humano. Los personajes se enfrentan a interrogantes cósmicas veladas por sus propias limitantes. ¿Qué significado tiene nuestra existencia en la vasta urdiembre del universo? «Los hombres beben, hablan y a veces ríen, y su risa sale a la calle oscura y se pierde en el viento que baja de los cerros.»
«La Persecución» devela el crimen y la culpa como hilos entrelazados. Un perseguido, un perseguidor. ¿Quién es el cazador y quién es la presa? ¿Qué sombras acechan en la noche interior que nos habita? «Súbitamente inquieto, miró hacia atrás y durante algunos segundos se mantuvo tenso, con el dedo en el gatillo, pero la espesura permaneció tranquila.»
«El Invierno», la estación fría como metáfora. Los personajes enfrentan la desolación, la pérdida, la amargura y la nostalgia. ¿Cómo sobrevivimos los gélidos inviernos que circundan nuestros pasos? «La vida nos llevó, nos trajo, nos dio vueltas y en algunos momentos hasta fuimos felices.»
«Carta del Ministerio» descorre los intersticios de la burocracia, del adocenamiento y de la deshumanización inserta en los corredores de la mediocridad. Una carta oficial cambia el rumbo de una vida. ¿Qué papel juegan las instituciones en nuestra existencia? «…en un postrer destello de lucidez, mientras un gallinazo planea sobre la calle solitaria, X comprende que el final de un hombre encierra algo mucho más doloroso que esa especie de calambre que comienza a agarrotarle el pecho.»
«El Jefe» discurre entre el poder, la estulticia y la corrupción. Un líder manipula, o lo cree, y es manipulado por sus subordinados. ¿Cómo se desmorona la moral en la búsqueda del control y el encuentro con la ignominia? ¿Hasta dónde nos miramos en el espejo que desbroza el enigma de nuestra ineptitud? «Entonces, rodeado por todos, parece un general en medio de sus tropas, o tal vez un líder idolatrado por su pueblo.»
En el panorama literario panameño, la obra de Dimas Lidio destaca por su profunda implicación vivencial, por una imperiosa conciencia empática y su conexión con la tierra profunda, la lluvia eterna de los trópicos, las tradiciones ancestrales y el arraigo al terruño. Regresó al amparo de la tierra madre el 12 de septiembre de 2015. «…un hombre (tú, yo, cualquiera) es un cuerpo / que cada día se acomoda como puede, / que a menudo sufre, / que ocasionalmente sonríe / y que, además, es alma / algunas veces.»