La corrupción en Panamá ha alcanzado niveles alarmantes, arraigándose profundamente en todos los estratos de la vida nacional. Cada amanecer trae consigo un nuevo escándalo que eclipsa al anterior, sumiéndonos en un ciclo interminable de indignación y olvido.
El reciente caso de la «desaparición» de 500 vigas valoradas en 3 millones de dólares del Ministerio de Obras Públicas es solo la punta del iceberg. Este suceso no solo representa una pérdida económica significativa, sino que simboliza la descomposición sistemática de nuestras instituciones.
La corrupción no solo drena nuestros recursos, sino que erosiona la confianza pública y amenaza la estabilidad del país. Sin acciones concretas y efectivas, el futuro de Panamá se vislumbra sombrío. Es imperativo que todos los sectores de la sociedad se unan para exigir transparencia, rendición de cuentas y castigos ejemplares para los corruptos.
El tiempo de la indiferencia ha terminado. Debemos actuar ahora para salvaguardar el futuro de nuestra nación y restaurar la integridad de nuestras instituciones.