El escándalo de partidos amañados que sacude a la Liga Profesional de Fútbol de Panamá es un reflejo perturbador de la profunda descomposición social que ha permeado al país en las últimas décadas. Desde la política hasta la economía, la corrupción ha invadido cada rincón de nuestra sociedad, y ahora el deporte, que debería ser un refugio de valores y unidad, también ha caído en bajo su órbita.
La «Operación Garra» ha destapado una red en la que jugadores recibían entre 1,500 y 4,500 dólares, en efectivo y bitcoins, a cambio de amañar los resultados de los partidos. Estos pagos, procedentes del extranjero, ponen en evidencia no solo la fragilidad de nuestro fútbol, sino la falta de controles efectivos para frenar estas prácticas ilícitas.
Este caso no es solo una mancha en el deporte; es una campanada de alerta sobre el estado general del país. Si el fútbol, que une a miles de panameños, está infestado por intereses oscuros, significa que la descomposición ha alcanzado un punto crítico. No podemos permitir que la corrupción siga multiplicándose y convirtiéndose en la norma reinante. Es hora de actuar con firmeza, no solo para rescatar nuestro fútbol, sino para salvar los valores fundamentales de nuestra sociedad.