Recuerdo esa frase del estratega electoral James Carville en las elecciones de 1992 cuando acuñó la frase “Es la economía, estúpido”. La frase fue para enfatizar cual era entonces la preocupación principal del electorado. Parafraseando esa frase siento la necesidad de no perder el cauce.
La preocupación nacional es el empleo, el chen chen solo llega mientras mantengas a la población ocupada en actividades productivas ya sea vía empresa o empleos. La deuda pública no debe ser una posible justificación para alejarnos de la misión principal que se le encomienda a este gobierno. Generalmente cuando se habla de deuda pública la respuesta inmediata es la contención del gasto, la reducción del tamaño del Estado, el incremento de los impuestos. Nadie se pregunta en que se invierte o se gasta esa deuda. Si seguimos haciendo lo mismo solo trasladamos el costo a la sociedad sin lograr mejorar la economía, por lo menos a corto plazo y seguiremos siempre con un ritmo similar de endeudamiento. Tampoco el país requiere un problema de deuda pública cíclica.
En la década de los ochenta del siglo pasado tuvimos un problema de deuda pública y solo a principios del nuevo siglo vimos una solución al problema. Resulta inaceptable el hecho de haber tropezado veinte años después de su solución en una situación si no similar si crítica. Ahora bien, la ruta de la contención del gasto y reducción de la planilla y la inversión pública es la más cómoda para un gobierno. Que la población pague los platos rotos.
Pero analicemos este tema fuera de lo usual y evidente. Nuestra economía es el producto de la manera como administramos el sector público, como regulamos el sector privado y como interaccionan ambos sectores. No somos subdesarrollados por no ser suizos. Es nuestra forma como interactúa, se regula y se administran el sector público y privado.
Cada cinco años entran nuevos partidarios o amigotes al sector público y salen otros amigotes y partidarios del gobierno saliente. Cada uno como comparsa incorpora al sector público a sus amigotes y copartidarios en las posiciones claves de mando y jurisdicción. Me pregunto cuál es la curva de aprendizaje en el sector público que vive oscilando una situación como esa para cumplir con la misión encomendada. La subsiguiente pregunta es si cada institución pública tiene una misión encomendada. En vez de achicar al Estado y tercerizar gran parte de sus actividades (obras públicas, asesorías, servicios etc.) que tal si utilizamos las mismas métricas del sector privado para alojar el presupuesto nacional. Como interacciona el Estado con el sector privado.
Hay objetivos comunes o una relación parasitaria de subsidios, beneficios fiscales y amigotes para incrementar ganancias o repartir prebendas. Si pudiéramos enfocar nuestra atención en la forma como se gobierna el sector público y privado y su interrelación tendríamos una misión como país muy bien definida y eso se vería reflejado en una economía robusta. Lamentablemente, la enfermedad no está en la sábana.