La riqueza de los diamantes es sinónimo de enriquecimiento para algunos, mientras que para otros significa derramamiento de sangre y miseria. Detrás del frenesí mediático que supone el descubrimiento de una nueva piedra preciosa están los excavadores, hombres cuyo trabajo agotador hace posible el hallazgo.
Komba Johnbull y Andrew Saffea son dos jóvenes excavadores de Sierra Leona (África Occidental) que descubrieron en 2017 lo que se dio a conocer como el «diamante de la paz». Era el decimotercer diamante más grande del mundo, con un valor de 709 quilates. El joyero británico Laurence Graff compró la piedra en una subasta por seis millones de dólares.
El momento fue histórico, no tanto por el hallazgo, sino porque los propietarios decidieron hacer del diamante un medio para desarrollar el país. De esta forma, un 40% de los beneficios fueron para Pastor Momoh, propietario de la mina, dos millones de euros para el presupuesto general del Estado, y 1,3 millones para la región de origen. ¿Pero cuánto dinero se quedaron los descubridores?
CADA UNO RECIBE 67.000 EUROS
Los dos jóvenes solo se beneficiaron de una migaja de la fortuna generada por la subasta. Saffea y Johnbull recibieron 67.000 euros cada. Una fortuna comparable a la de Sierra Leona, donde la renta media de cinco millones de habitantes es de cinco euros al día, según Le Monde . Eso es mucho más dinero del que los dos adolescentes jamás imaginaron.
A pesar, del dinero incalculable que supone para ellos, Saffea y Johnbull se sintieron defraudados al no haber obtenido un mejor beneficio y más reconocimiento después de este descubrimiento de valor incalculable. «Pensábamos que íbamos a convertirnos en las personas más ricas del mundo «, dijo a Time en 2018.
Según cuentan los jóvenes, tanto el resto de excavadores como el pastor sabían que un diamante de 140 gramos de peso tiene un valor inestimable: «En su lugar, muchos habrían intentado venderlo en el mercado negro. Pero como buen patriota llevé la piedra al gobernador y firmé un acuerdo de caballeros con el gobierno, antes de la subasta».
El Gobierno y los descubridores firmaron un acuerdo en el que se establecía que el equipo recibiría una parte, y el Estado recibiría la otra parte para el desarrollo local de la región. Una decisión que le valió el sobrenombre de «diamante de la paz», en oposición a los «diamantes de sangre» que impregnaron la guerra civil en el país, entre 1991 y 2002.
UNA FORTUNA PERDIDA
El 13 de marzo de 2017, Komba Johnbull y Andrew Saffea, que entonces tenían 16 años, fueron empleados como «excavadores» en una mina de diamantes en las afueras de la aldea de Koyadu, en Sierra Leona. Como cada día, la joven pareja trabaja en un hoyo lleno de agua de lluvia. Su día a día se basa en levantar toneladas de arcilla con la esperanza de encontrar en el fondo del tamiz una piedra más brillante que las demás.
Antes de pasar sus días encorvada, Saffea era una estudiante ejemplar, pero tuvo que abandonar sus estudios por falta de dinero. En cuanto a Johnbull, su familia quedó devastada por la Guerra Civil. Empleados por Emmanuel Momoh, un pastor sierraleonés de una iglesia evangélica nigeriana, los dos adolescentes no cobran, pero a cambio reciben alimentos y materiales para ellos y sus familias.
Ese día, informa la BBC , Johnbull vio una piedra brillando en el agua. «Fue puro instinto porque nunca antes había visto un diamante», dice. El adolescente se inclinó, agarró la piedra y se la presentó al líder del equipo. «Tan pronto como lo saqué, me lo quitaron y dijeron: ‘¡Es un diamante!'».
Tras recibir la parte del dinero que les correspondía, la pareja se marchó a Ghana, donde estuvieron seis meses y gastaron gran parte de su fortuna confiando casi 14.000 euros a un agente para pagar el viaje, el alojamiento y la universidad. Sin emabrgo, los sueños de Saffea iban más allá, quería retomar sus estudios en Canadá, pero su solicitud de visa fue rechazada.
Fue entonces cuando Johnbull regresó a Sierra Leona, habiendo perdido una gran parte de su dinero, mientras Saffea emprendió otro viaje a un tercer país donde le dijeron que podía trabajar como conductor durante el día y estudiar por las noches.
Pero cuando Saffea llegó a su destino, la realidad era muy diferente y su vida queda muy lejos de un «descubridor de diamantes»: «Cuido caballos en un establo, donde también duermo y como. A otros trabajadores se les dio alojamiento, mientras que a mí me dejaron durmiendo en el establo». Ahora solo quiere volver a casa.
El resto del dinero de los diamantes no se perdió para todos. Como señaló France 2 en 2018, la vida del pastor Momoh ha cambiado por completo. Él también se mudó a Freetown, donde construyó una escuela justo al lado de su nuevo hogar. Dijo entonces a la AFP que había redistribuido un millón de dólares en forma de donaciones a los jefes tradicionales, organizaciones benéficas y residentes de la aldea.
Además la fortuna sirvió para construir una escuela nueva en Koyadu y la promesa al pueblo de la mejora de carreteras y redes de electricidad y agua potable. Aunque, un año después, los habitantes afirmaron no haber visto mejoras. En la mina vecina, los «excavadores» seguían removiendo la arcilla, incansablemente, con la esperanza de hacer fortuna.