Si algo ha dejado en claro la crisis en la que nos encontramos sumidos, es que no existe en el escenario actual un liderazgo real ni efectivo, ni mucho menos transformador como requieren las circunstancias presentes.
Aquellos que, en este torneo electoral, aspiran a tomar las riendas durante el próximo quinquenio, carecen de una visión integral de la nación, de las falencias y problemas que la aquejan y de las expectativas de la población. Eso quedó al desnudo en las dos crisis que han explotado durante los últimos dieciséis meses, período de tiempo en el cual jamás se escuchó una propuesta coherente que estableciera las acciones requeridas para superar los escollos y enrumbar al país hacia una mejor situación.
Lo que se ha tenido en cantidades descomunales, eso sí, es del acostumbrado populismo de siempre; de la misma verborrea oportunista cuya única finalidad es captar el voto ciudadano a cambio de promesas que nunca se concretarán una vez se arribe al poder.
Trágico destino el de una nación en manos de seudo líderes que brillan por su incapacidad de elaborar, siquiera, una propuesta con la que se pueda construir un mejor porvenir. Triste situación de un país en manos de una dirigencia cuyo talento se limita a la misma demagogia con la que han teñido el transcurso de las últimas décadas.