Todos los candidatos despotrican contra los diputados. En los medios, la Asamblea de Diputados se publicita como la más corrupta. Y a su vez, los ojos de la población tal y cual vemos en las redes están puestos en los actos de los diputados. Sin embargo, siguen siendo elegidos por la población. Hay diputados que no se postularán en las próximas elecciones después de tantas veces porque decidieron retirarse o se cansaron de ser diputados. Otros terminarán en la planilla de la Asamblea o de algún diputado. O, si la suerte acompaña al Partido, en alguna posición en el ejecutivo o judicial.
Llámelos lacras, corruptos, mediocres, traidores. Hay algo que si saben hacer. Ganar elecciones.
Y no importa quien sea el candidato a presidente vencedor: cambia el presidente, pero las estructuras permanecen igual. Y escojas al más pulcro, al menos contaminado, al más mentiroso o al menos malo de los candidatos para presidente de la República, en una democracia las agendas públicas encuentran una muralla en la Asamblea de Diputados a menos que sean partícipes del presupuesto nacional. No tanto como presupuesto de la Asamblea sino como partidas circuitales, favores y prebendas, además de las exoneraciones otorgadas por ley.
Cada cinco años, si no se dan cuenta, es el PRD el que gana a una mano o a doble partida. Cuando el presidente es del PRD, la Asamblea gana. Cuando el presidente no es del PRD, también gana el PRD a través de la Asamblea. O alguien tiene dudas de cómo los últimos dos gobiernos han logrado consensuar con la Asamblea en los temas de importancia. Llámese FES, FIS, descentralización o esa famosa oficinita en el MEF desde donde se atendía a todos los diputados.
La hipocresía es la característica principal de nuestra vida política. Y como este es un juego de las mayorías nacionales, los autodenominados químicos puros jamás alcanzaran más del 20% del total de votos emitidos. En nuestro país cada uno toma una posición de honestidad para ganar elecciones y combatir al corrupto que en todas las circunstancias es el epíteto de quien ostenta el poder ejecutivo. Gobernar, entonces, involucra adjudicarse con razón o sin razón, con derecho o sin derecho el epíteto de corrupto hasta tanto la historia se encargue con el tiempo de reconocer logros y triunfos además de borrar u olvidar los pecados.
¿Acaso no son referentes hoy en día muchos de esos que en su momento colaboraron con la dictadura militar? Esos que ahora tergiversan la historia patria y sus acontecimientos y salen a la luz pública como paladines de la democracia y los derechos humanos.
Si en Panamá, alguien se atreviera a alinear todos estos componentes hacia una dirección determinada, con un plan estratégico que nos incorpore en la comunidad de las naciones como un país a respetar, serio y congruente entre su discurso y su accionar, otro gallo cantaría. Por ahora nos toca esperar ese momento.