El deportista, al igual que el héroe clásico, representa los niveles más elevados de esfuerzo, dedicación y habilidad. Un deportista de casta superior lleva sobre sus hombros una larga historia de superación de sus propias limitaciones, así como de aquellas que le presenta el entorno; además de la estela de perseverancia y victoria sobre sí mismo que lo hace depositario del respeto y de la admiración de los demás. No son pocas las vidas que resultaron transformadas positivamente por el ejemplo inspirador de alguno de estos héroes contemporáneos.
Nuestro país queda en deuda con el joven equipo de fútbol que el pasado domingo, a pesar del marcador final, propinó una contundente lección de dignidad, servicio al país y, sobre todo, de superación. En la cancha de juego, esos jóvenes panameños se ganaron el respeto de sus adversarios y de toda la fanaticada que los acompañaba en el coliseo deportivo; y demostraron que, sin importar la falta de infraestructuras para desarrollar sus habilidades, la vocación, el esfuerzo y la constancia son aún las escaleras para alcanzar el éxito.
En un país infestado por una gestión deportiva que no tiene al deportista como su razón de ser, y que además termina sirviendo a las ambiciones y a la codicia de una minúscula banda de mal llamados dirigentes, lo ocurrido el domingo es un refrescante recordatorio de quiénes son los verdaderos protagonistas del deporte nacional. Lección memorable.