Tiene una historia de larga data: tan antigua como la ambición humana por el poder. Ya en 1932, se utilizaban como instrumentos para endosar simpatías en el afán de ganar elecciones. Franklin Delano Roosevelt, por ejemplo, prometió acabar con la pobreza en Estados Unidos: la misma aún sigue presente en la nación norteña. Y la exageración y el ridículo no son características exclusivas de las que se hacen por estos rumbos. En el 2017 un candidato en la India prometió teléfonos inteligentes gratuitos para todas las familias pobres, sin reparar en los problemas sustanciales que afrontaban éstas, además de la incomunicación. Antes de eso, en 2005, un líder político del Reino Unido prometió suministrar un hámster como mascota para cada hogar británico, lo que fue considerado como una maniobra para desviar la atención pública de los problemas pendientes de solución.
Dos pueden ser las motivaciones de una promesa electoral. La primera: hacer público el compromiso de un candidato o un partido político con una determinada visión o con un plan que pretende realizar en caso de acceder al poder. Y, la segunda, sólo como un ardid para superar a sus oponentes. Ante la ausencia notoria de planes de gobierno específicos, no se puede acusar al ciudadano de ser desconfiado por creer que las promesas de los candidatos sólo son el anzuelo con el que pretenden asegurar los votos.
Ante las promesas, la generalización es la primera señal para desconfiar. Todos quieren resolver el problema de la basura, acabar con la criminalidad callejera, generar puestos de trabajo, innovar en la administración gubernamental, cambiar paradigmas o apostar por la honestidad y no por el clientelismo y la corrupción. Ninguno, sin embargo, detalla los pasos específicos ni las medidas concretas con las que propiciará el cambio de rumbo que promete.
Hay que ser extremadamente prudente a la hora de apuntarse a estas promesas. Tomar en cuenta dos características fundamentales a la hora de suscribirse a ellas: el historial de la agrupación o individuo que hace la promesa, y el nivel de detalle de la misma. Entre menos detallada sea, ¡cuidado!, mayores posibilidades de estar ante una trampa cazabobos. Puros castillos en el aire.