¿Se imagina vivir en un país donde todos los trámites que requiere llevar a cabo con el Estado están a un toque del ratón de su computadora o- mejor dicho- a un click de la pantalla de su teléfono inteligente? ¡Esa nación existe y se llama Estonia! Con la excepción de casarse, divorciarse y comprar propiedades, todo el resto de las gestiones las lleva a cabo el ciudadano de modo online; y ello es posible porque el portal gubernamental está disponible las 24 horas del día, los siete días de la semana.
Luego de ser un satélite de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, de independizarse y quedar sumida en una profunda crisis económica, Estonia pasó a ser una de las naciones más digitalizadas del mundo gracias a gobernantes visionarios- que perfilando el futuro que deseaban para sus conciudadanos- planificaron, armaron las estrategias y dieron los pasos necesarios y concretos para materializar el cambio de paradigmas y de mentalidad que eran requisito obligatorio para lograr el gran salto.
Nuestro país, por su parte, marcha a los tumbos; incapaz de resolver problemas tan básicos como proveer un servicio de salud medianamente satisfactorio, o una educación acorde con las exigencias establecidas por el desarrollo tecnológico imperante. La crisis en el suministro de agua demuestra cuán básicos son los problemas que mantienen estancada a la nación panameña. Y este estancamiento no es por falta de recursos ni oportunidades: ni siquiera por un déficit de ciudadanos capaces de concebir futuros potenciales. El porvenir del país resulta incierto y amenazado gracias al primitivismo mental de quienes, quinquenio tras quinquenio, arriban al poder sin visiones orientadoras ni planes que no sean el despojo continuo y sistemático de las riquezas nacionales a favor de unas minúsculas élites. Más que un líder mesiánico, el país necesita de una nueva camada de políticos y gobernantes con una integridad a toda prueba, y competentes al momento de forjar nuevas visiones de país y de contagiarla al resto de sus conciudadanos.