El escenario para el próximo torneo electoral ya está montado, y promete más de lo mismo. Los personajes que han saltado a ocupar su pequeño espacio en el mismo, confirman el desgaste presente en el liderazgo político; extensivo, además, al resto de la vida nacional. Porque la crisis se manifiesta a todos los niveles: la ausencia de líderes o la deficiencia de los que se han arrogado la etiqueta ocupa el ancho espectro que va desde lo político hasta lo social y comunitario, pasando por el sector académico y financiero. Toca hasta las puertas de la intelectualidad criolla, confinada en su torre de marfil y totalmente desconectada de una sociedad urgida de propuestas bien pensadas y mejor ejecutadas.
La nación echa en falta a ese tipo de líder esbozado por John Quincy Adams, quien no pudo describirlo mejor al señalarlo como aquél cuyas “acciones inspiran a otros a soñar más, aprender más, hacer más y convertirse en algo más”. Los del patio, con más trazas de bufones, se limitan a destacar en las sumas y restas, y en las complicidades de bolsillo.
Si es una verdad de a cuño que el perfeccionamiento del país comienza con el cambio positivo de cada ciudadano, también resulta de mucha ayuda contar con líderes de una sola pieza, cuya trayectoria esté forjada en el ejercicio cotidiano de la honestidad y de unos valores éticos inclaudicables. Y, por supuesto, capaz de hacer soñar al país y de impulsarlo a convertirse en algo mejor de lo que es hoy.