La nación vive tiempos difíciles, sin duda alguna; momentos de incertidumbre que reclaman certezas urgentes concretadas en una idea, en un proyecto o en una visión que nos empine por encima de las diferencias reinantes. Como una barcaza que navega en medio de la bruma espesa o, peor aún, sacudida por la furia de un mar encrespado, el país requiere de un faro que le señale el camino a seguir. Necesita expandir el pensamiento, imaginar una nueva sociedad libre de las lacras que corroen el presente, y construir un futuro sostenido por los más firmes valores democráticos y por el más efectivo orden legal.
Panamá necesita, en pocas palabras, de mucho más que la abundante ralea de políticos que le han chupado la sangre durante el último medio siglo. Necesita algo distinto a los oportunistas de mentalidad cortoplacista, incapaces de mirar más allá de la política electorera y que han convertido las urnas en la puerta de acceso a la riqueza fácil e instantánea.
Las dificultades del presente subrayan la urgencia que tiene el país de un liderazgo político con mentalidad estadista; que mientras resuelve los problemas inmediatos piense, también, en las próximas generaciones. Que se adelante a las circunstancias y, con la capacidad de escudriñar en lo más profundo del presente, prevea el potencial y las capacidades disponibles para configurar el país del futuro. Un país donde cada ciudadano cuente con las oportunidades para llevar a cabo y alcanzar su mejor versión.