Faltando 18 meses para que culmine la presente administración gubernamental, cualquier intento de las acostumbradas figuras políticas locales de erigirse en oposición está motivado- a estas alturas- únicamente por un simple cálculo electorero. Porque si en algo puede considerarse afortunado el actual mandatario es en la absoluta ausencia de oposición política de la que ha disfrutado durante estos cinco años. Y no significa que la gestión haya estado exenta de equívocos, escándalos e ilícitos; porque los ha tenido y a granel. Simplemente, quienes por definición y función tenían que debatir y enfrentar al poder de turno, estaban empantanados en sus constantes atolladeros judiciales; o sumergidos en el silencio cómplice con el que esperaban algún hueso desde las cumbres de gobierno. Todos, eso sí, movidos por apetitos que siempre les resultan más importantes que el bienestar general de la nación.
Durante la mayor parte del quinquenio, la orfandad de propuestas y debates ha sido la constante. La monumental incapacidad para generar ideas que sacaran al país del bache en que lo dejó la pandemia, sólo es comparable con el evidente desprecio con el que han dado la espalda a los más urgentes intereses del país.
Nadie se llame a engaño: durante los últimos años aquí no ha existido, siquiera, un amago de oposición política. Lo que ha reinado persistentemente es el entramado de ambiciones, apetencias y complicidades donde las distintas hordas partidarias han conspirado para lograr sentarse a la mesa del abundante y bien servido banquete estatal.