En lo más profundo de las tradiciones habita la expectativa del ser humano de contar con un orden subyacente en todos los aspectos de la existencia. Así como el mito busca explicar el mundo, la tradición procura establecer un rumbo dentro de él. Y, a pocas horas para que culmine el 2022, destaca como siempre la costumbre de confeccionar una lista de propósitos para el nuevo año.
Esta tradición en particular se remonta a las civilizaciones babilonia y a la romana, cuyos ciudadanos al acercarse un nuevo ciclo en el calendario prometían mejorar sus comportamientos para que los dioses, a cambio, propiciaran la abundancia en sus cosechas. Los romanos, por ejemplo, acostumbraban dejar en el templo del dios Jano la lista de los propósitos que habían logrado cumplir para acreditar que eran merecedores de las nuevas bendiciones solicitadas para el siguiente año.
Luego de una época extremadamente difícil para todos, no sobraría preparar una lista de propósitos para el año venidero; pero, no propósitos individuales sino para el país, lo que ayudaría a imprimirle orden y un propósito definido, cualidades ausentes desde hace mucho tiempo. El momento es apropiado para trascender el pensamiento puramente individual: no vendría mal ensanchar el horizonte y comenzar a pensar como una comunidad, como un grupo numeroso de personas cuyas actuaciones son empujadas por un sano equilibrio entre los intereses particulares y el interés de la nación, de la que formamos parte todos sin excepción.
Un antiguo proverbio establecía que una caminata de cinco kilómetros comienza con el primer paso. Empezar a conjugar los intereses particulares con los de la sociedad en la que convivimos, sería un primer paso muy oportuno para reconfigurar el escenario actual y construir un mejor país, sostenido por una ciudadanía que no olvida que los derechos viajan siempre en compañía de los deberes.