Si los problemas desaparecieran simplemente porque las autoridades responsables miran hacia otro lado, las angustias de esta nación serían nulas o, en el mejor de los casos, mínimas. Durante mucho tiempo las cuestiones nacionales que reclaman de soluciones, se han pospuesto a lo largo del tiempo con la finalidad de heredarlas a la “siguiente administración” y logrando como único resultado que aumenten de tamaño y complejidad tornando más difícil cualquier posible respuesta.
Posponer una y otra vez, interminablemente, lo que requiere de soluciones y ejecución inmediata, ha causado el cúmulo de crisis que agobian a la ciudadanía y que la han llevado a los extremos de incredulidad profesados hacia las autoridades. La deficiencia en los servicios de salud pública, la inseguridad reinante en las calles, el deterioro de las estructuras viales en todo el país, el desastre en la educación, entre muchos otros problemas, son el recordatorio constante de la incapacidad de aquellos sobre los que recae dichas responsabilidades.
Pero, seamos claros: esa mediocridad es alentada por superiores jerárquicos solidarios adornados por las mismas lacras y carentes del carácter necesario para destituir a los altos funcionarios que, además de incompetentes, no poseen la dignidad mínima requerida para pronunciar una única palabra: renuncio.