Aunque resulte contradictorio el planteamiento, hay ausencias que resultan notorias por su permanente presencia.
Durante este año que ya casi se extingue, no ha pasado desapercibida la ausencia de unos mínimos valores éticos en la vida nacional: la que ha ocasionado que el rumbo del país encallara en el monumental desastre en el que se debate en estos momentos.
Otra ausencia notoria es la de un plan de desarrollo mínimamente coherente con las aspiraciones populares. Marchamos a la deriva, enfrascados obstinadamente en los insultos, las descalificaciones y en todo lo que sea motivo de fragmentación; incapaces de lograr acuerdos que unan los esfuerzos y faciliten alcanzar algunas metas comunes.
Y, sobre todas las ausencias, destaca la del liderazgo efectivo y real. Durante las últimas décadas, el populismo y la demagogia se han confundido con aquél, favoreciendo los retorcidos intereses de pequeñas bandas de oportunistas que apelan a las necesidades y los miedos para sacar provechos particulares al arribar al poder.
Sin embargo, estas ausencias no deben tomarse como la debacle final y definitiva; mas bien, son el síntoma concluyente del inminente cambio de paradigma que obliga a plantearse nuevas rutas, nuevos caminos para abordar el futuro. Corresponde ahora a los ciudadanos asumir responsabilidades, formar equipos para contrarrestar las deficiencias que amenazan la estabilidad de la nación. El porvenir no se puede seguir dejando en manos de unos pocos cuya irresponsabilidad y fracaso se han demostrado contundentemente a lo largo de los últimos años. ¡Es hora de que la ciudadanía tome las riendas y trabaje hombro a hombro en la construcción del país para todos!