La apertura de la cumbre climática de la ONU, COP27, que se realiza en Egipto, sufrió un notable retraso porque los delegados no lograban acuerdos en cuanto a incluir en la agenda el controvertido tema de las pérdidas y daños.
En Pakistán, las últimas inundaciones dejaron una estela de mil 700 personas muertas y un tercio del país bajo las aguas; En Kenia la brutal sequía ha matado al ganado y desbaratado los medios de subsistencia de una inmensa cantidad de seres humanos; en Fiji, por su parte, multitud de aldeas se han visto obligadas a migrar para escapar del aumento del nivel del mar. El catastrófico escenario no hace sino repetirse por todo el planeta: sequías mortíferas en el Cuerno de África, en México y en China; inundaciones tan repentinas como destructivas en Irán, África Central y Occidental, y en los Estados Unidos; sumado a todo lo anterior, las mortíferas olas de calor que acumulan víctimas mortales en California, Japón, India, Gran Bretaña y distintos puntos de Europa.
El cambio climático no es una amenaza futura: está presente aquí y ahora con consecuencias devastadoras. Y son varias las decenas de países cuya participación es insignificante en la emisión de los gases de efecto invernadero y que, sin embargo, sufren los daños causados por las alteraciones del clima. Precisamente esas naciones exigen que se incluya en la agenda del COP27 el polémico tema de las “pérdidas y daños”: que aquellos que más contaminan paguen por los daños que ocasionan a las economías más pobres.
El futuro del planeta está en juego y el éxito o el fracaso de esta nueva cumbre climática depende, según estiman muchos expertos, en que se asignen las responsabilidades que corresponden a las economías más ricas, que durante décadas han hecho uso masivo de los combustibles fósiles provocando el peligroso calentamiento del planeta.