La confrontación y el debate de ideas, que debería constituirse en el corazón de la política, o quedó olvidado en un nebuloso pasado o no es más que una lejana e inalcanzable utopía. En su lugar, la nación naufraga en la carencia de esas chispas inspiradoras y de la nula oferta de propuestas, sólo arropada por el más persistente silencio de quienes se arrogan, inmerecidamente, el papel de “líderes”.
Más que por la cantidad de problemas, el país sucumbe a causa de una clase política incapaz de generar soluciones y propuestas efectivas; un rebaño de seudo dirigentes cuyos estrechos modelos mentales hace mucho tiempo fueron superados por los acontecimientos y por los paradigmas nacidos hace unas pocas décadas atrás pero que, con la pandemia, asumieron una velocidad y un desarrollo vertiginosos, transformando radicalmente el mundo tal como se conocía.
No queda otro camino, sino que los ciudadanos se empinen por encima de sus diferencias, de los pequeños intereses y fanatismos que los dividen para beneficio de las hordas de politicastros populistas; y que esa masa ciudadana encuentre un proyecto común, un grupo de ideas que la impulsen en un esfuerzo que apunte hacia el bienestar general, el desarrollo y la prosperidad de todos.
¡Ciudadanía responsable que dicen!