Los partidos políticos deberían trabajar por el bienestar ciudadano y por la correcta marcha de la sociedad; eso incluiría, en caso de arribar al poder, la eficiente administración de los bienes estatales y la ejecución de un programa para desarrollar al país en todos sus aspectos fundamentales. Pero, para que dichas agrupaciones desempeñen el papel que les corresponde, precisan de un conjunto de creencias que oriente sus acciones: un vigoroso sistema de conceptos con el cual analizar la realidad circundante, interpretarla para luego determinar las causas que la han moldeado y, finalmente, prever las consecuencias que puedan impulsar en la realidad más inmediata y en el futuro.
En ausencia de una ideología que les sostenga como lo hace la columna vertebral con el cuerpo, los partidos políticos del patio han degenerado en clubes oportunistas donde prevalece el intercambio de promesas, de favores y de beneficios financieros o laborales. Sin ideas y sin visión de país, el arribo al poder se convierte en una descontrolada rebatiña donde el Estado es la piñata a la que hay que reventar para obtener los mayores beneficios posibles.
Los partidos, sin duda alguna, son parte importante de la estructura que hace posible la comunicación entre la sociedad civil y los gobernantes, por lo que resultan esenciales para la salud institucional del país. Pero, esa institucionalidad exige que dichas asociaciones se concentren en la búsqueda del mayor bienestar ciudadano y en el desarrollo efectivo de la nación. Hasta el presente han traicionado su razón de ser.