Cuando talento y dinero no son sinónimos.

La pobreza de argumentos con la que intenta legalizar el atraco a los fondos públicos para beneficio de alcaldes y representantes, es sólo comparable al oportunismo político del diputado que promueve tal mamotreto. Y la justificación es aún más patética: asevera que aumentando los ingresos de dichos funcionarios el país se asegura de contar con los mejores y más capaces elementos en dichos puestos. Lamentablemente para el personaje en cuestión, él es el ejemplo más contundente para echar por tierra tan insustancial argumento: el circuito bajo su responsabilidad no acusa beneficio alguno producto de su ya larga carrera política como representante y diputado; su pobre legado se reduce a una presuntuosa e inútil colección de monolitos -en cada entrada de barriada- que llevan estampados su nombre en un patético intento de evitar el olvido al que están condenados los políticos opacos y sin aristas.

Y la historia se repite a todo lo ancho del país, donde no son pocos los representantes y alcaldes cuyos ingresos oscilan entre los cinco mil y los diez mil dólares mensuales- algunos hasta más- y cuyas comunidades la única prosperidad que ven es la de sus más altas autoridades locales. Sin ir muy lejos, otro funcionario excesivamente polémico y criticado en este momento es el ministro encargado de la integridad del sistema de carreteras nacionales, que a pesar del jugoso salario y los privilegios anexados no se acerca ni remotamente al mínimo nivel de competencia que se espera de cualquiera que ocupe el cargo.

En este país son muchísimos los precedentes y los casos que echan por tierra esa tesis que reza que un extraordinario salario asegura funcionarios de fabulosos talentos. Los monolíticos esfuerzos del diputado mencionado sólo aseguran un tinte de legalidad a lo que, ante la opinión pública, es un descarado e inhumano asalto a las arcas del Estado. Precisamente en momentos que grandes sectores de la ciudadanía enfrentan las más difíciles circunstancias para satisfacer sus urgencias más elementales. Ni hablar del infinito conjunto de comunidades cuya realidad cotidiana es una sarta de problemas básicos sin resolver.

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